Sociedad

GRANDILOCUENTE

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Seguramente hay un sesgo eminentemente teatral en la obra y en la muestra que Anish Kapoor presenta en el Museo Guggenheim. Un show espectacular que convierte a los espectadores en 'voyeurs' atraídos por las explosiones de materia, por las ilusiones ópticas reflejadas en espejos cóncavos y convexos, por el desparrame escatológico de forma y deformación o por una extraña mezcla de solemnidad y divertimento. Sin embargo, la materialidad 'entretenida' de Kapoor opera como un poderoso imán que atrae al visitante hacia un mundo de inspiraciones, donde las evocaciones tienen un significado más trascendente. Un significado que se hace bien patente en ese recorrido ilusionista, al sugerir la profundidad del vacío, el efecto sensorial, el juego de contrastes entre el orden y el desorden, la pureza y la impureza, la forma y la materia, la representación de la sexualidad, la interpretación simbólica de los elementos, la fragmentación o incluso la dinámica de un mundo en movimiento y transformación, sobre el que pesa la memoria de la civilización. En esto último, las preguntas al uso que recaen sobre Kapoor y su obra son las que se refieren a la raíz de su creación. ¿Estamos ante un artista que recoge en su vanguardia la milenaria cultura oriental? ¿Acaso hay más influencia occidental? Difícil respuesta, sin duda, aunque quizás este show grandilocuente de materias, formas y colores en contraste diverso sea una sabia mezcla de los dos mundos, cuya simple contemplación devuelve al espectador al reflejo de la tensión y a la angustia creativa de los grandes artistas.