PAN Y CIRCO

El momento amarillo

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Un horizonte de cuchillos o guillotinas, según les guste a ustedes García Lorca o Miguel Hernández, o la cosa más revolucionaria y afrancesada, está a la vista. De cualquier forma, un horizonte que no es, precisamente, de color de rosas para el cadismo. Quienes anteayer soñaban con el ascenso a Primera, ahora están preocupados por no perder la categoría de plata. Y ello pasa porque el equipo levante el vuelo de verdad, que cada vez quedan menos partidos y el camino se acorta para acumular los puntos necesarios para evitar el descenso a Segunda B. En consecuencia, la afición debe hacer de tripas corazón y seguir apoyando a los de Espárrago, pues de nada servirá levantar los dedos acusadores señalando culpables de la crisis que se vive. Sería bueno que el cadismo asumiera su papel de 'jugador número doce' hasta el final. El divorcio club-afición, que es latente, debe superarse con la urgencia del caso. Porque si no se tiene un respaldo social fuerte, la aventura acabará en desastre. Y no están los tiempos para deserciones precipitadas jugándose lo que se está jugando el Cádiz. El Cádiz y Antonio Muñoz exponiendo su dinero. Por eso no me gustó nada-nada que en el partido contra el Albacete la grada, o gran parte de ella, arremetiese con insultos y gritos de «Muñoz vete ya» que no se corresponde, pues para eso están las asambleas, no para insultar, claro, sino para las quejas. Y es que en el fútbol, cuando el equipo está arriba los dirigentes son lo máximo, los más grandes, y si se pierde son villanos, gente de baja ralea. Los dirigentes son personas expuestas a que cualquier individuo, por el solo hecho de pagar una entrada, les insulte. Muchas veces, su único pecado fue colocar dineros en un club quebrado económicamente, como es el caso, con una hinchada que poco o nada aporta, salvo la entrada, y que exige un espectáculo de primer nivel, ojalá gratuito.