Sociedad

GUISO SOSO

El temple de Sancho Gracia salva un montaje blando, extenso y por momentos, plano

CRÍTICA TEATRAL Actualizado: Guardar
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En plena guerra civil, los nacionales bajo el mando del generalísimo Francisco Franco, toman Madrid. Estamos en abril de 1938. En el imaginario del irregular dramaturgo José Luís Alonso de Santos, Franco se dispone a celebrar un festín en el Hotel Palace acompañado de sus generales mas distinguidos. La tarea de conseguir con éxito dicho festejo, corre a cargo del Teniente Medina (Juanjo Cucalón), quien a su vez, pasa ésta responsabilidad al antiguo maitre del Palace (Sancho Gracia), para que coordine al equipo de cocineros y servidumbre en general. Paralelamente a las labores encomendadas al maitre, se gesta otra celebración, pero ésta clandestina y orquestada por los encargados de la cocina pues todos, desde la chef hasta el pinche, son presos políticos del régimen. Dentro de una estructura clásica y aristotélica, el autor nos plantea el enfrentamiento de dos bandos: por una parte los encargados de la cocina (anarquistas, socialistas y comunistas), y por otra los camareros, (falangistas, de derechas y monárquicos). El perfil dramático tan elemental de ésta obra, es hasta cierto punto inverosímil, pues intenta acercar dos mundos irreconciliables que tanto odio y muerte desparramaron durante la guerra. Precisamente ese odio intenta ser retratado en la obra, pero en el montaje no llega a ser creíble; y en vez de percibir rencor y resentimiento, vemos rabietas y trifulcas entre bandos que no parecen tener sustento alguno por las malas interpretaciones de casi todo el elenco. La posible fuerza de la obra se desvanece en actuaciones más gritonas que intensas; lo que resta todavía más interés a la propuesta.

Tal parece que gritar es sinónimo de interpretar, pues todos, excepto Gracia, se apuntan al carro de los decibelios a tope. Y es que, desafortunadamente para nuestro teatro, grito y energía, se han convertido -la mayoría de las veces-, en bastiones únicos de lo que es ser actor. Es lamentable que de un grupo de más de una docena de intérpretes, no podamos ver atisbo alguno de credibilidad en su trabajo. Es chocante que no se pueda distinguir uno de otro entre ellos, pues casi todos, parecen centrar sus esfuerzos en aparentar, y manotear sin ton ni son, como si con su sola presencia bastase para resolver el complejo trabajo de crear y dar vida a un personaje. Afortunadamente el temple de Gracia, y algunos momentos de su contestatario Cucalón, salvan un montaje blando, extenso, y por momentos plano, que nos hace dudar si se trata de una puesta en escena de aquellas a las que nos tiene acostumbrado el prolijo Miguel Narros.