MERETRICES Y FELICES
Los burdeles intervenidos también dejan al descubierto hipócritas clichés que aún manejamos
Actualizado: GuardarEn cuestiones de márketing, imagen y simbolismo, nos queda trecho por recorrer. En el Día de la Mujer Trabajadora, que aunque se vive a diario se conmemoró el pasado lunes, se produjeron dos hechos distantes y distintos, aunque unidos por el género de sus protagonistas. En el Teatro Kodak se vivió un giro histórico y se proclamó por primera vez el Día Internacional de la Mujer Realizadora. Katherine Bigelow se convirtió, con la película menos costosa de todas las aspirantes, en la primera fémina que consquista el más prestigioso de los premios individuales que se asocian al Oscar: el de la mejor dirección. Con apenas unas horas de diferencia, en esta provincia se daba luz verde a la reapertura de los seis locales de la red Galantería, de la familia Galán y en los que la Guardia Civil desarrolló la 'operación Toscana' contra un supuesto y, muy cuestionado, entramado de prostitución.
Aunque la coincidencia temporal entre la orden judicial de posible reapertura de los burdeles y el 8 de marzo no deja de ser un chascarrillo involuntario, sirve para acentuar una reflexión pendiente (de todos, de ayuntamientos a prensa, de particulares a jueces) sobre el concepto de prostitución que ha subrayado este caso. Desde que se produjeron las detenciones (ya resueltas en su mayoría con distintos tipos de excarcelación con cargos) se desató un debate que, traducido a lo coloquial, puede resumirse en: ¿eran esclavas o vivían como reinas?
Esa disyuntiva, perversa en sí, resume todos los tics hipócritas y machistas que aún llevamos a cuestas. Administraciones, empresas y ciudadanos conviven con ese mundo con naturalidad. Incluso, con intereses de ida y vuelta. Siempre están ahí. Cobran, pagan, compran, se anuncian... Pero, de pronto, salta una detención o algún caso más complejo y, voilà, todos nos hacemos los nuevos.
Parece, entonces, que el único matiz que convierte este mercadeo humano en una lacra es la voluntad de la víctima. Si la mujer que se prostituye lo hace bajo coacción o amenaza, nos parece un crimen execrable.
Si la fémina ha tomado 'libremente' la decisión de conseguir así unos ingresos, a casi todos (muchas mujeres, incluidas) nos salta un resorte que grita «pues en su derecho está, hace lo que quiere, es libre de tomar esa decisión». De estas últimas ideas a «será porque le gusta», «será que no quiere fregar escaleras» y los chistes de eyaculador precoz hay un peligroso milímetro. Es el que nos separa de la mezquindad colectiva y la miserable insolidaridad.
Líbrenos el cielo de hacer un juicio paralelo, de insinuar siquiera que los Galán las trataban mal, de convertir a todas las prostitutas afectadas en santas mártires o perversas delincuentes. Ni de promover que, a las que quieran ejercer, se les prohíba. Que la Justicia establezca circunstancias y límites, que marque fronteras, castigos o exculpaciones según digan profesionales que pagamos entre todos.
Pero mientras llega ese pronunciamiento, evitemos reducir la situación a «eran esclavas» (cuando hay detenciones) o «están estupendamente» (el resto del tiempo).
El hecho de que una mujer se prostituya por decisión propia no la salva de ser víctima. Aunque sea de la falta de alternativas. A ella, la desesperación o un 'empresario' le da a entender que tiene una salida a través de los genitales que, involuntariamente, le tocaron al nacer. A los hombres no les pasa lo mismo.
Cada una de las meretrices vinculadas a estos locales -y a los miles similares que nadie ha cerrado- tendrá unas circunstancias, pero adivinando el asco que pasan y las lágrimas invertidas, ahorrémonos eso de que «están estupendamente», son «felices» o «lo hacen porque les da la gana». Para templar la difusión de tan común estupidez, usemos otro tópicazo, ese que dice «que todos tenemos madre, hijas y hermanas».
Que no está tan claro que haya buenos y malos, pero que vamos a cortarnos un poco, quiero decir.