Trabajo para todos
Es más que un medio de vida. Es el punto de referencia de cualquier proyecto de realización personal
Actualizado: GuardarEl trabajo es una invención moderna. En la forma en que hoy lo conocemos, no aparece hasta finales del siglo XVIII, con la mecanización masiva de la industria y la agricultura (Gorz, Beck). Con la invención del trabajo cambiaron muchas cosas: la economía y la política, el paisaje del campo y la ciudad, y con el paisaje los ritmos de la vida cotidiana, la educación, la alimentación, las formas de organización familiar, las fiestas, las creencias de quienes en otro tiempo eran jornaleros y artesanos.
La racionalización del trabajo multiplicó de forma exponencial la riqueza, a la vez que aumentaban los índices de pobreza (Thompson). Es una historia conocida. Desde entonces, el balance entre prosperidad y justicia social ha ido mejorando, al menos en las sociedades más afortunadas. Pero incluso en esas sociedades, que hoy son ya sociedades del ocio, el trabajo no ha dejado de ser el eje en torno al que se desarrolla la vida de las personas. Es más que un medio de vida. Es el punto de referencia de cualquier proyecto de realización personal, la base de integración social.
En tiempos de justificada emergencia por el paro hay algunas lecciones que merece la pena recordar: que el crecimiento no siempre trae el bienestar para todos; que la organización del trabajo condiciona los más diversos planos de la estructura social; que las modalidades del trabajo cambian a lo largo de la historia. Pero la pregunta decisiva es: ¿sigue habiendo, en nuestros días, trabajo para todos?
En la jerga de los comunicados de prensa se habla de «nuevos modelos económicos», de «crecimiento sostenible y generador de empleo», de «sectores emergentes», de «formación adecuada». Puro voluntarismo, en el mejor de los casos, mientras no se diga que un cambio en el modelo productivo traerá la destrucción y la devaluación de los empleos ineficientes. Así fue en el pasado y así será en nuestros días, en el contexto de una revolución tecnológica de dimensiones extraordinarias.
En un mundo como éste, la recuperación económica podrá crear nuevos empleos, pero no se lo devolverá a quienes lo han perdido. Haremos lo posible porque el acceso al trabajo nuevo sea justo, además de eficiente. Pero antes o después habrá que preguntarse también si no conviene empezar a distribuir el trabajo que existe. Y obsérvese que ésta es sólo una cuestión de números. Además de preocuparnos por cuadrar las cuentas del Estado y de las empresas podríamos empezar a preguntarnos cómo queremos que sea la vida de los millones de trabajadores que ya no van a tener trabajo. Quienes no tienen la fortuna de acceder a ese beneficio cada vez más escaso que es el trabajo también tienen el derecho a disfrutar de una vida activa.