El espectáculo, planteado como un continuo de estampas, contó con un nutrido grupo de bailarines de Dospormedio, siempre a compás de un piano. :: JAVIER FERNÁNDEZ
LA CRÍTICA

La sonata más clásica de Paños y Estévez vibra sobre las tablas del Villamarta

Dospormedio planteó al público una intensa y elaborada consecución de coreografías que eludían el flamenco

JEREZ. Actualizado: Guardar
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Hablar de Paños y Estévez es hablar de éxito garantizado. Y es que el tándem artístico que se ha juntado, vale. La obra 'Sonata' vino a ser un extentísimo ballet sobrado de coreografías, a cuál más elaborada. Dos mentes pensantes que eludieron el flamenco salvo escuetos pasajes para dar sentido a una obra musicalizada a base de piano en las brillantes manos de Edith Peña, que sulfurizó cada danza, cada viaje al clásico español, e incluso al flamenco, eso sí, de pasada. Supongo que el público esperaba flamenco, dado el carácter de este festival. Comenzó la noche muy fría, cargadamente sobria, como a la espera de buscar flamenquería, y hubo que rebuscarla inexorablemente en las formas dancísticas de las coreografías que se sucedieron. Hasta veinticinco sonatas con la sombra pianística como telón de fondo. A lo largo de la noche leímos las transiciones del cuerpo de baile, con los pasos a dos, con la mirada de Estévez vigilando cada movimiento, cada 'relevé', cada 'brise volé'.

Estampas y gestos

La secuencia completa se pudo resumir en un ir y venir de estampas clásicas, en las que un impresionante cuerpo de ballet asumió la responsabilidad de codirigir el espectáculo. En Estévez pudimos observar el acercamiento bailaor al mayor de los hermanos Galván, Israel, aportando gestualizaciones muy flamencas. En Nani Paños su sobredotado conocimiento estimuló cada danza, cada 'croisé', cada 'écarté'. Un viaje en la montaña rusa de la danza, del ballet. De momento dantescas escenas, de gran originalidad, se peleaban con espacios de poco sabor, y en alguna ocasión hasta llegó a lo insípido.

Los pasos a dos dieron estímulo al grosso de la obra, si bien se abstuvieron de desviar la atención con luces o aparejos escénicos que poco habrían ayudado. Idas y venidas, subidas y bajadas, explosiones de belleza unidas a pasos y mudanzas de relleno que no coartaron el resultado final. Lo menos bueno, la duración. Dos horas exactas fueron más que suficientes, demasiado.

Si le hubieran quitado la media hora final, que aportó muy poco, en cuanto a coreografías llanas y poco sólidas, el resultado hubiese sido otro. Otro bien distinto. Aquellos que compraron sus entradas para ver flamenco, exigirían la devolución del importe, pero eso es otra cosa. Es de esas obras que, o te gusta y disfrutas con cada imagen, o te duermes soñando que termina para retirarte de tu asiento. Una obra variopinta que merece ser entendida con un prisma ajeno a lo flamenco. Tampoco creo que sea éste el festival adecuado para representarla, a pesar de llevar como puntales a Paños y Estévez, y un elenco artístico categóricamente bueno. Dos grandes figuras del mejor flamenco y de la danza que sellaron la noche más clásica del Festival de Jerez.