Sociedad

El alguacil alguacilado

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Lo único que le falta al juez Garzón es que le acusen de vago. Al hombre que veía amanecer no lo puede ver mucha gente ni en pintura ni en escritura y ha pasado de ser el galán de los telediarios a enemigo público. ¿A quién se le ocurre meterse en lo que sí le importa? Últimamente, antes de que fueran por él, había encanecido mucho. Si hubiera dedicado algunos de sus presurosos minutos a leer a los clásicos sabría que las intrigas cortesanas son prisiones donde el ambicioso muere y donde al más astuto nacen canas.

No sabemos si don Baltasar es el más astuto o le superan en ardides algunos colegas, acaso resentidos de su excesiva popularidad. El que destaca en España se la juega. Inmediatamente nacen oscuras coaliciones que desean «ponerle en su sitio», o sea, al nivel de los demás. Algunas tribus cercanas a los bantúes, caracterizados por su altísima estatura, cuando capturaban a algunos de ellos les cortaban las piernas. Era la mejor medida igualitaria al alcance de los pigmeos.

Es pronto para saber en qué va a quedar este enredo entre alguaciles que tanto nos aparta de los temas fundamentales. En una obra de teatro de Fagus o en sus Aforismos, no recuerdo bien, alguien pregunta al acusado:

-Temes la justicia: ¿te asusta, pues, tu conciencia?

-La mía, no, la de mis jueces.

Antiguamente el alguacil era el gobernador de una comarca y tenía jurisdicción civil y criminal. El vocablo ha descendido y ahora sólo se usa el de alguacilillo, uno de los dos caballistas que en la plaza de toros reciben la llave de manos del presidente. Por cierto, también están amenazados de quedarse sin empleo, como el juez Garzón, aunque se disfracen de Felipe IV y don Baltasar haya ido por el ruedo ibérico de 'Llanero solitario'.