Opinion

La Justicia politizada

Se ve en el 'show' del Estatut, la astracanada de la Gürtel o el esperpento desalentador de Garzón

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Es un asunto feo: las querellas inquietantes contra el juez Garzón, quizá no tanto por los crímenes del franquismo como por las escuchas ilegales a los abogados de la trama Gürtel; los discursos sombríos de los querellantes de Falange y otras organizaciones ultraderechistas; la campaña del Partido Popular moviendo a toda su división togada para defenestrar al juez; la irrupción del presidente con una inocencia impostada. Otra vez el retablo de las maravillas de la Justicia en España. Y a esto se le puede llamar Debate sobre la Justicia, pero, parafraseando a Groucho, ¿por qué llamarlo amor cuando se quiere decir sexo? No se trata de un Debate sino de ajustes de cuentas, y no se trata de Justicia sino de Política. Es la última confrontación desde las trincheras partidistas, donde acaba todo, o casi todo, en España. Ahora que incluso los toros tienen carnet -o los directores de los museos, como anotaban asombrados los editores del 'Frankfurter Allgemeine'- las palabras de Zapatero ni siquiera desafinan en la sinfonía de costumbre, desde aquello de Felipe preguntando a Clemente Auger por qué no obedecían los jueces hasta lo del presidente del Tribunal Superior de Valencia que salvó a su «más que amigo» Camps. De Estevill a Enrique López, hay una alta escuela de magistrados trabucaires.

España es un país con poco instinto de Justicia. Aquí rige la regla de la Reina Roja de 'Alicia': primero se condena y después se juzga. Tal vez sea por tradición o tal vez por el anarcoindividualismo del ADN ibérico, pero ni siquiera se cree en la justicia deportiva o cualquier otro órgano de arbitraje. En esta desconfianza genética sí que hay Pirineos. A Montesquieu no lo entierra Guerra en sus días jacobinos de gloria; en realidad nunca estuvo aquí. Los nombramientos mayores, si no llevan el sello de Ferraz o de Génova, fluyen con la marca de Moncloa. Los presidentes asumen esa gracia a contracorriente de los preceptos constitucionales institucionalizando el 'dedazo'. El Poder Judicial está diseñado con una 'lottizzazione' a la italiana, como miniparlamento, correa de transmisión de los partidos que se extiende a los nombramientos discrecionales de las altas magistraturas -Tribunal Supremo, Audiencia Nacional, tribunales superiores, audiencias provinciales.- con una politización en cascada. Se impone la figura del padrino. Esto late en el 'show' del Estatut, la astracanada de Gürtel o el esperpento desalentador de Garzón. No se sabe si los jueces han hecho más que los políticos por sacrificar su credibilidad, o viceversa, pero han logrado que Pacheco haya quedado como un oráculo con su estupefaciente máxima de 'la Justicia en España es un cachondeo'.