FÚTBOL COMO TRAMPOLÍN
Actualizado: GuardarSirva la figura de Joan Laporta como ejemplo máximo de lo que no debe ser un mandatario del fútbol. Una vez que ha conseguido el no va más en el apartado deportivo, gracias a un plantel y un técnico irrepetibles, sus aspiraciones van por otros derroteros o es que simplemente su cargo es un trampolín desde el que lanzarse a objetivos más ambiciosos como es convertirse en paladín del independentismo catalán. Una aspiración que -como suscribe un tipo tan a tener muy en cuenta, Albert Boadella- consiste en menospreciar todo lo que huela a español.
El problema añadido es esa sensación de menosprecio que va provocando más allá de las fronteras catalanas y los daños colaterales que provoca en una entidad tan admirada en todo el mundo como es el FC Barcelona. Tipos como Laporta no es que puedan tener cabida en el fútbol, es que no tendrían razón de ser en una sociedad mínimamente decente. Se puede entender su rifirrafe dialéctico con la causa madridista porque ambas facciones son tal para cual y se pueden permitir sus afrentas a la casa blanca porque ahora está en situación de poder sacar pecho. En la última temporada, nadie fue capaz de toserles a los blaugranas y todos los títulos recopilados fueron merecidos a ojos de cualquier mortal con dos dedos de frente. Las pegas surgen cuando el dirigente traspasa la frontera de lo lícito para instalarse de por vida en un trono creado desde la mediocridad de la clase política que nos rodea. El presidente del Barça comienza a destaparse como un personaje patético que genera odio allá por donde va dejando su sello y cuanto antes abandone su actual cargo al frente del mejor club de fútbol del mundo, mucho mejor. Su futuras miras poco tardarán en hacerse públicas, siendo una cuestión de Estado que habrá que coger por los cuernos antes de que ser español acabe por convertirse en un acto de fe.