ESPAÑA

EL ANCLAJE EUROPEO DE MARRUECOS

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Se puede dar por seguro que la reunión Marruecos-Unión Europea del domingo-lunes en Granada será percibida por la opinión española como algo hispano-marroquí, bilateral. Se seguirá así el guión, pernicioso, según el cual cuanto se hace en Madrid en relación con Marruecos, y viceversa, debe ser enmarcado de inmediato en el contexto, con frecuencia desapacible y siempre un poco en guardia, de cada parte en relación con la otra. Pero lo de Granada es euro-marroquí, no hispano-marroquí. Le ha correspondido a España en tanto que presidente semestral de la Unión y eso es todo.

Como la historia nunca se repite, pero tiene memoria -el hallazgo es de Dominique de Villepin en su impagable libro sobre el último Napoleón- se podría traer a colación que las dos partes se juraron una especie de amor mutuo allá por 1957, un año después de la independencia marroquí, con un Convenio Diplomático en cuyo artículo segundo se prescribía que «las Altas Partes contratantes se esforzarán en coordinar su política exterior, para lo cual se consultarán cuando lo exijan sus intereses comunes o así convenga a sus relaciones de amistad permanente».

Lo de Granada cumple con el tono del párrafo: España, con varios gobiernos, no sólo con este, ha sido valedora incansable del anclaje marroquí a Europa, que es de lo que se trata.

El vecino del Sur pidió ya bajo Hassan II un trato preferencial en la Unión y se le propuso lo previsto, pero caro de obtener: el Estatuto Avanzado de Asociación. Marruecos se lo ganó poco a poco, lentamente, demasiado lentamente para algunos y demasiado rápido para los tradicionalistas. Las reformas económicas, políticas y judiciales, la del código de familia han sido posibilistas y deberán ser ampliadas pero, junto al aceptable proceso de autocrítica por los años de plomo, con la voladura de las cárceles secretas. han servido. Y en octubre de 2008 el reino obtuvo el premio moral del estatus de asociación preferencial con la UE en el marco de la llamada «política de vecindad».

El encuentro no es técnicamente una «cumbre», pues su nivel no es de jefes de Estado. Y tal vez por eso el rey Mohamed no ha juzgado necesario venir, muy en la tradición jerifiana de que el soberano se reserva su agenda, escoge las ocasiones y, como todo el mundo, se equivoca a veces.

Pero tampoco estará la flamante jefa de la política exterior de la Unión, la baronesa Ashton. El primer ministro marroquí y cinco de sus ministros, incluido el influyente Taib Fassi-Fihri, de Asuntos Exteriores, son suficientes para hablar con el trío Van Rompuy-Durao Barroso-Zapatero. No es una cumbre pero sí es relevante, un poco sosa y de limitado eco mediático. Pero relevante.