Cádiz se vuelca con Pérez Reverte, que se marcha de la ciudad tras un baño de masas
El escritor presenta ante un abarrotado Palacio de Congresos los entresijos de su novela ambientada en la Bahía
Actualizado: GuardarSu colega Óscar Lobato comparaba la presentación con la de un astro portugués del balompié, pedía, parafraseando a otro de los suyos, Juan José Téllez, la posibilidad de dedicarle una vía de la ciudad; animaba, bromeando con dos figuras del humor, a toda la marabunta congregada.
Mientras, el escritor «accidental», el cicerone de Cádiz, el personaje de la semana, el autor de la obra del año, el más mediático, bebía manzanilla relajado. En su pose más cercana, con un auditorio -el de la salón de actos del Palacio de Congresos - a rebosar, se desabrochaba las solapas y subía las mangas de la chaqueta para disponerse a desgranar, en territorio amigo, los entresijos de su última novela.
Curtido en el campo de la batalla, no le asusta la marabunta. Documentado hasta la última página, a Arturo Pérez Reverte no le molestan las preguntas incisivas, disfruta destripando a sus personajes, se le ve radiante al compartir con los herederos de aquel Cádiz que dibuja en 'El asedio' sus calles, sus edificios, su gracia - «¡esto es Cádiz! ironiza al representar la pillería de algún protagonista del libro-. Lolita Palma y Pepe Lobo empiezan a sentirse tan de aquí como la calle Novena o el edificio de Correos.
Ambos protagonizan una historia de amor a lo Austen o Brönte, una relación romántica «imposible por culpa de la distinción de clases». Viven en una época en el que el heroísmo se solapa con el ansia por el vil metal, asisten a una cruenta guerra en el que las obsesiones de un general francés retratan la vertiente más deshumanizada de los «animales humanos».
Una contienda en la que Gregorio Fumagol, un taxidermista amante de la tradición enciclopedista se erige en un anarquista que odia la burguesía reinante. Esa que trajo brillo a una ciudad, «la única moderna de España», que añora el reportero y escritor, que ahora el pueblo empieza a tomar conciencia de lo que fue, «de la España que hubiésemos queridos todos» y que fue borrada por el absolutismo. Absolutismo «político, religioso o del azar», aduce Arturo Pérez Reverte. Salvo algún privilegiado, o algún insomne, pocos pobladores de la sala han podido llegar al final de la trama. Tampoco han llegado a verse en Felipe Mojarra el salinero-héroe de entonces que bien podría ser el gaditano de hoy.
Pero están absortos. Guiados por las palabras del astro de la literatura española, la pluma que ha conseguido que en los últimos tiempos se hable de la Casa Serafín, la plaza San Antonio o el Trocadero tanto como de la presencia del escritor en la provincia, los lectores-fans acarician el tablero de ajedrez que luce en la portada, juguetean con los papeles y preparan sus bolígrafos y cámaras.
Ríen con las respuestas procaces del anfitrión, asienten con sus discursos-sentencias - «el mundo es un lugar cruel, con reglas implacables», descubrió el escritor- y esperan ansiosos al autógrafo y a la hora en que se encienden las lámparas de las mesas auxiliares de los dormitorios.
La hora en el que muchos empezaron a participar del macabro, sangriento, desdichado y a veces divertido, juego de peones que propone Pérez Reverte en su novela. Antes, peregrinación hacia el escenario, espera que supera los 60 minutos y colección de la impronta de un cartagenero que ya es de Cádiz, le pongan o no una calle.