PALABRAS MENUDAS

Buena gente

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Este elogio -que a veces dirigimos con cierto tono de compasión a las personas que no destacan por otras cualidades consideradas más relevantes- debería ser, a mi juicio, el piropo más adecuado para alabar a las personas ilustres por sus trabajos y, sobre todo, el criterio más fiable para calibrar el crédito que merecen los personajes públicos: esos que, de derecho aunque no siempre de hecho, son los que asumen la responsabilidad de educarnos y de guiarnos. La devaluación de la bondad que en la actualidad se está produciendo pone de manifiesto el profundo y peligroso desorden de nuestra jerarquía de valores y, en consecuencia, la grave desorientación que experimentamos a la hora de elegir el camino que nos conduce a la felicidad. Esta anomalía parte del supuesto de que otros bienes como, por ejemplo, el dinero, el poder, la ciencia, la belleza o la popularidad -que, en cierta medida, son necesarios- poseen una importancia absoluta porque, por sí solos, pueden proporcionarnos el bienestar.

Pero tú y yo conocemos a gente rica, poderosa, sabia y guapa que, por no ser buena gente, son unos desgraciados, mientras que otros, a pesar de ser pobres, ignorantes o escasamente agraciados, son felices. La buena gente son esos seres que, por sentirse bien consigo mismos, con las personas y con las cosas que le rodean, ni hacen ni se hacen daño.

Cuanto más importantes sean los otros bienes, si la persona que los posee carece de esta base constituida por los valores humanos y por las virtudes morales, mayor será su desequilibrio, más intenso su malestar y más peligrosa su influencia. Pero las consecuencias son más graves cuando los medios de comunicación nos presentan a estos personajes como triunfadores y como modelos de identificación. Estos protagonistas de la vida social -que actualmente tienen en común un alto grado de frikismo- son los estímulos que influyen en nuestra manera de pensar, de hablar y de actuar. En mi opinión, en los medios de comunicación deberían aparecer con mayor frecuencia -en vez de Berlusconi, con su opulencia; Mario Conde, con su jactancia; Belén Esteban, con su ordinariez; o Maradona, con sus groserías- esa otra buenas gentes -sencillas, trabajadoras y honestas- que, de manera callada, y solitaria, luchan para que este mundo quede más limpio, más grato, más libre y más humano que cuando llegamos a él.