De lo gélido a lo destemplado, sin paradas
Sin acabar de convencer, la mezcolanza del clásico y flamenco no dio frutosEl piano de Mie Matsumara no acabó de ejercer el influjo necesario a la obra de Canales
JEREZ. Actualizado: GuardarPese a quien pese, Antonio Canales es una institución en el flamenco. A la salida del teatro hubo disparidad de opiniones. Hubo quien lo trató de genio del flamenco, y por otro lado quien protestó acerca de su decadencia. Empero, los extremos no son buenos y no sirven para dar idea de lo acontecido anoche en el Teatro Villamarta.
El bailaor presentó en la ciudad un espectáculo que ya se realizó en la capital andaluza hace un tiempo aunque el elenco artístico fue diferente. De Antonio poco hay que decir, de su trayectoria y de su maestría. Ignorar el pasado no tiene cabida y Canales ha sido uno de los grandes del baile desde hace años. Artista de talla internacional ha cosechado fama por donde ha llevado su presencia. En honor a la verdad, la grandeza de un artista se mide por sus avances, por sus méritos. Y anoche el escenario del teatro adoleció de esto. El patrón motor giró en torno a la fusión entre lo clásico y el flamenco, entre el piano de Mie Matsumara y el baile de Canales. Las piezas pianísticas de la japonesa se basaron en obras de Manuel de Falla, Albéniz y Enrique Granados. Del otro lado, algo de flamenco. Y digo algo porque esperé disfrutar del bailaor. Fue la jerezana Leonor Leal la que caminó fundamentando la parte que le correspondió. Ha crecido como artista. Su figura estilizada, sus movimientos, sutiles y largos, alternaron con las notas del piano en 'Serenata andaluza'. Una fugaz aparición de Canales con mantón rojo y traje negro en lo que fue una actuación más que baile. Las piezas clásicas seguían con 'Andaluza' y 'Cubana' de Falla. Sólo cuando apareció el soberbio cante de José Valencia empezamos a disfrutar. Un canal de voz por cantiñas que fue de lo mejor del repertorio musical. El paso a dos entre ambos transmitió un vacío lineal en una aparente historia de amor que buscó más el aplauso fácil que cualquier otra cosa, al igual que el vestuario, que dejó que desear.
El cante de Valencia
Malagueñas de Chacón y abandolaos en la portentísima voz de José aflamencaron la velada junto a las guitarras de los hermanos Iglesias y las palmas de Bobote. De nuevo lo clásico primó sobre lo flamenco. 'Fandango del Candil' y 'La Maja y el Ruiseñor', del maestro Granados, acertaron a dejar espacio a Canales. Por soleá estuvo poco expresivo. La transmisión no sólo se vale de posturas y caras para decir el baile. No vimos al Canales de antaño, eléctrico en sus bajos, jugando con el compás que dibujaban sus tacones. Más comedido, no aportó nada nuevo, escueto en sus brazos, e ínfimas ráfagas de acertado baile.
Lo que no perdió nunca fue esa elegancia desaliñada que sabe vender en su baile. Un final por bulerías con una pataíta que el 'Bobote' nos regaló nos dejó ese sabor agridulce de quien quiere saborear la melaza y se queda con el azúcar glass.
Un recital de apenas una hora larga de duración en la que el manifiesto estuvo confuso de principio a fin, con una incomprendida fusión entre ambos patrones musicales. Abusar de tantas piezas en las manos de Mie tapó lo que pudiera haber sido algo más en la figura de Antonio Canales y de Leonor Leal. Nos quedamos con momentos de magnífico cante -qué paradójico- amén de una intervención de Leonor más que loable.