El bailaor sevillano puso en escena un arriesgado y original montaje en el que jugó con su flamenco más contemporáneo. :: JAVIER FERNÁNDEZ
LA CRÍTICA

La Pasión más intimista de Andrés

Ofreció una distinta forma de entender el baile flamenco basado en estampas hieráticasUn nuevo concepto sobre el pasaje hizo que el Teatro Villamarta se deshiciera en elogios al bailaor

JEREZ Actualizado: Guardar
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Otra noche lluviosa en Jerez. Y van... bueno mejor no hablar. Lo importante es que esto no ha impedido que el Teatro Villamarta complete sus asientos para un estreno. Se presentó Andrés Marín, más que conocido en la ciudad, pues ya estuvo aquí en anteriores ediciones. Con el frío en el cuerpo, se inició la velada flamenca en la que el sevillano se rebuscó para estrenar una obra minimalista al máximo, conceptual en toda su dimensión, dejando de lado la ortodoxia del baile, para contemporaneizar todo su arte. Y es que flamenco es, no cabe duda. Pero su línea es otra. Va más allá del clasicismo, buscando nuevos horizontes que explorar

Ha sido un trabajo de equilibrismo el que ha interpretado el sevillano Andrés en esta obra, de nombre 'La pasión según se mire'. Y así ha sido. Una visión ecléctica de la Pasión, su interpretación subjetiva y todos los elementos que la conforman.

El elenco artístico que lo acompañó complementó el formato visual de la estampa flamenca de Marín. Principió la escena con el cante de Lole, la de Manuel, para más señas, entonando versos moriscos, en tanto en cuanto que Andrés Marín, de rojo pasión la seguía en el baile. Afrontó el bailaor una estructura simple en el espectáculo, enlazando unos cantes con otros, en algunos casos mientras que en otros se hacía necesaria la transición con el cante, para dar tiempo al cambio.

Un reducto de baile con dos minilinternas que duró poco, menos mal, dio paso a la música, en las manos de Salvador Gutiérrez y la voz de Pepe de Pura en unos tientos 'a capella', con ligeros paseos a la zambra. Sin darnos cuenta entró en la tragedia seguiriyera vestido de luto. Sus movimientos son directos, sus brazos interminables, y aunque apenas utilizó el tacón para dejar sensación de opus flamenca, que tampoco le hizo falta, tangenció una figura dualizada en su baile.

Gracia trianera

La tuba de José Miguel Sanz dio juego al baile de Concha Vargas, pletórica, enérgica hasta el extremo. Se expresó por tangos trianeros mientras baila con una gracia inusual, moviendo las caderas y arrancando los primeros aplausos del teatro. Las transiciones entre estilos ni se notaron, ya que sin darnos cuenta entramos en las alegrías.

A partir de aquí hubo otro espectáculo. La sobriedad del comienzo, el oscurismo desapareció. Y el cante de José Valencia avivó las ascuas. El baile de Marín fue hierático de principio a fin. En un paso a dos, Concha y Andrés desataron la pasión del público. Movimientos ligeramente libidinosos entre ambos que deambularon hasta el romance en la voz de José Valencia, potente y magistral. Poco atractiva fue la segunda intervención de Lole. Un semitelón traslúcido hizo sonar el clarinete de Javier Delgado, en una danza fantasmagórica del bailaor, inconfundible, a pesar de estar tapado por ésta interpretando la caña. Su figura fue una escultura tomada por la pasión. El cante de José de la Tomasa por soleá, fue poco arriesgado. Una estampa cuanto menos sorprendente la de Marín, sólo con capirote y velas en un concepto radical de la Semana Santa y de sus pasos impactó sobremanera. Todo lo que hace este hombre es arriesgado.

El paso final del estreno se difuminó con el cante del de la Tomasa por martinetes, con un Andrés de nuevo de luto, descalzo y con martillos en sus manos, bailando al silencio. Un concepto extremadamente vanguardista, con una escenografía simple, pero bien cuidada, y un atrás que custodió su baile. La ovación final que se llevó el artista duró hasta los cinco minutos. Yo siempre digo lo mismo: por algo será. El público quedó satisfecho tras haber comprado su entrada y haber entendido que les valió la pena.