Bejamira Neira contempla abatida los daños causados por el tsunami que generó el terremoto en la localidad de Penca. :: AFP
MUNDO

Noche de barricadas y patrullas

Vecinos de los barrios de Concepción se organizan por turnos armados con bates y escopetas para evitar el saqueo de sus viviendas

CONCEPCIÓN. Actualizado: Guardar
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Entre barricadas, militares y réplicas del terremoto, Concepción intenta recuperar la tranquilidad. El estado de excepción causó el efecto deseado. El vandalismo aceptó la tregua de las armas por la noche y buena parte de la jornada. La población, en torno al medio millón, pudo descansar por primera vez en cuatro días.

Los soldados fueron llegando a cuenta gotas. En parejas se apostaron en esquinas y plazas para hacer respetar el orden. Los carabineros recurrieron a su caballería y patrullaron al paso y al galope para dar caza al pillaje. El toque de queda con orden de disparar entre las ocho de la tarde y las doce del mediodía, surtió efecto. Las calles, al menos durante ese tiempo, quedaron desiertas.

En el gran Concepción, cinturón de la ciudad, el escenario tenía otro color. Los barrios bloquearon los accesos con barricadas. Los vecinos hicieron vigilia en turnos de tres o seis horas. Todos estaban armados. Los ricos con escopetas, pistolas y bates de béisbol. Los obreros con palos, piedras y cuchillos.

En Lonco, zona residencial de chalets, Moisés Ampuero, un español casado con una chilena, patrulla con la escopeta al hombro. «Tenemos que defendernos. Terminaron con los supermercados y ahora van por las casas». Gerente de una plantación de arándanos, Moisés y los vecinos arremeten contra el Gobierno de Michelle Bachelet. «El seísmo no se podía evitar, la anarquía y el saqueo sí. Pero ella no quiso sacar al Ejército. Ahora es tarde». Un par de kilómetros mas allá, en Chiguayante, una zona bastante más modesta, Patricio Muñoz, empresario forestal, reparte «pitos, chicharras y bocinas». «Es para avisarnos cuando llegan», anuncia. En el bolsillo guarda unos cartuchos de escopeta. «La tengo en la casa. No quiero mostrarme con ella pero esto es la ley del más fuerte, la ley de la selva. Hasta los carabineros nos lo dijeron. Son ellos los que nos han avisado para que nos cuidemos», agrega.

«Sacrificarse por la familia»

Los nervios están a flor de piel. Las trincheras están terminadas. Las hacen con tablones, puertas de hierro o en una versión más modesta con neumáticos, colchones, redes de pesca o hileras de flotadores. Los «vigilantes» civiles van de un lado a otro. Los hay de distintas edades. Abuelos con nietos, adultos, jóvenes estudiantes, madres y muchachas hacen guardia. Algunos parecen fantasmas con pistolas y cuchillos.

En la estación 12 de octubre, un enclave obrero de poco más de veinte familias, Gino aguantó la noche sin dormir. «Íbamos a hacer turnos, pero como están las cosas nos quedamos todos. Hay que sacrificarse por la familia». La desesperación y el miedo se tradujo en una invocación común. «Si hay que matar que maten y que vuelva la ley marcial», suplicó entre lágrimas Marcelo Rivera, alcalde de Gualpen.

Por la mañana, sin muertos que lamentar, la tregua de los criminales se rompió. Una guardería se convirtió en su botín de guerra. Pasan las horas y anuncian que en algunos sectores está volviendo la luz. No es el nuestro.