Opinion

Disidencia contagiosa

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El ejemplo del Orlando Zapata, el disidente cubano muerto después de una larga huelga de hambre en prisión ante el estupor de la opinión pública internacional y la imperturbabilidad del decrépito régimen cubano, ha cundido en la isla: ya hay otros cuatro presos políticos y un conocido periodista opositor sin ingerir alimento y dispuestos a inmolarse. Su objetivo es que «la opinión pública mundial y el pueblo de Cuba comprendan que la muerte de Zapata Tamayo no fue un hecho aislado, un error o una casualidad», ha dicho el periodista, Guillermo Fariñas. Las dictaduras suelen tener un punto de ruptura que marca el límite de la capacidad de aguante de la población sojuzgada. En cuestión de días, la estructura sólida del régimen de Ceaucescu saltó por los aires en 1989. La dictadura castrista es muy diferente, pero convendría quizá, que los países occidentales comprendan que la sociedad cubana ha llegado al límite de su resistencia y ejercieran toda la presión posible para que se evitase el baño de sangre que podría acaecer si los imparables vientos de libertad encuentran todavía la resistencia ciega del dogma autoritario.