Cobra
Actualizado: GuardarSi yo fuera el venerable presidente de RTVE (cosa que por fortuna no soy: ni lo uno, ni lo otro), inmediatamente tomaría dos providencias. La primera, cesar de manera fulminante al responsable de los programas de TVE sobre Eurovisión y, aún más, obligarle a comparecer en público, pero no en las Cortes, sino en el telediario de las nueve, para pedir perdón a los ciudadanos españoles en general y a los espectadores de RTVE en particular. Y la segunda providencia, todavía más urgente, sería llamar a algún artista de la situación, pero de los de verdad, y encargarle la confección de una estatua en bronce de Anne Igartiburu, en pose de Palas Atenea, para que las futuras generaciones admiren como es debido la entereza de ánimo de esta extraordinaria mujer. Lo de Johnny el Cobra en la final clasificatoria de Eurovisión ya lo habrá visto usted, como lo ha visto todo el mundo, porque el vídeo ha circulado por todas partes aunque TVE, pudorosa, lo retirara ayer de Youtube. O sea que sobre el Cobra poco hay que decir que no haya dicho ya él mismo. Pero lo que sí hay que aventar, y mucho, es la elegancia infinita con la que Anne Igartiburu solventó el trance más difícil de su vida, a saber, el de un energúmeno que increpaba al público al enérgico grito de «comedme la polla» (sic). Qué temple, qué dominio de sí, qué sentido del espectáculo, qué soberanía sobre el escenario no hará falta para ponerse frente a esta especie de Atila canoro, mesarle la barbilla y susurrarle «calma, cariño» (tal cual se lo dijo), como quien tranquiliza a un rottweiler enloquecido ante la inesperada visita de un vecino incómodo. Lo de Anne, junto con la severa admonición de José María Íñigo -otro que también estuvo en su sitio-, fue lo único decente de una noche que los espectadores tardarán años en olvidar y que TVE tampoco debería olvidar nunca, porque es la imagen exacta de lo que una cadena pública no debe ser. Y para que su memoria perdure, venerable señor Oliart, nada mejor que lo dicho: una estatua de Anne Igartiburu, noble bronce y alto pedestal. No merece menos.