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Una gota de esperanza
Investigadores españoles ensayan con 800 bebés angoleños si un simple toque de Betadine puede curar la oftalmía, que causa 7.000 casos de ceguera al año
Actualizado: GuardarEn el aeropuerto de Luanda, el viajero tarda tres horas en recuperar sus maletas y sale a la calle, donde recibe una bofetada de calor y humedad. Los semáforos son incapaces de ordenar ni el 10% del tráfico endemoniado de esta ciudad polvorienta y asfixiante donde se hacina un número indeterminado de personas, quizá más de seis millones, sin casi aceras, sin casi bombillas, sin casi desagües y sin casi todo lo demás. ¡Bienvenido a Angola!
En medio de este pandemónium, un grupo de científicos españoles y angoleños se ha propuesto poner en marcha un plan nacional para erradicar la oftalmía del recién nacido, una grave enfermedad que en África deja ciego a uno de cada diez niños que la contraen. Bajo el auspicio de la Secretaría de Estado de Cooperación Internacional y Desarrollo (AECID), ambos equipos ensayarán en 800 niños la eficacia de la povidona, componente principal y casi único del popularísimo Betadine. El objetivo final es animar al Ministerio de Salud del país africano a que desarrolle una gran campaña nacional para que, en las primeras horas de vida de los recién nacidos, se les aplique una sola gota del antiséptico en cada ojo. Pero esta acción que parece tan sencilla (y tan barata) hay que desarrollarla en un país donde el 80% de los partos se produce en casa. También es imprescindible formar equipos que sepan poner correctamente las gotas y que sean capaces de llegar a todos los rincones de un territorio dos veces y media más grande que el nuestro. España, que ha aportado los fondos necesarios, está volcada en tres frentes: investigar los resultados, colaborar con las autoridades de Angola para desarrollar la campaña sanitaria y formar equipos que garanticen que se ejecuta con normalidad en cualquier rincón del país. La dirección de este proyecto corre a cargo de José Carlos Pastor, director del Instituto de Oftalmobiología Aplicada, IOBA, de la Universidad de Valladolid, y cuenta con una subvención de 700.000 euros del Estado español para combatir un mal que puede afectar a cerca de 70.000 niños cada año, de los cuales 7.000 podrían quedarse ciegos en las primeras semanas de vida.
Como en tantas ocasiones, este proyecto nació de la observación y de la casualidad. La artífice fue la doctora angoleña Isabel Alexandre, que presta sus servicios en el IONA, el Instituto Oftalmológico Nacional de Angola, montado a espaldas de uno de los dos grandes estadios de Luanda. Cuando la doctora Alexandre completaba su formación en el IOBA vallisoletano, propuso hacer una tesis doctoral sobre la oftalmía del recién nacido, analizando 200 casos elegidos al azar en el hospital materno Augusto N'Gangula entre los numerosos nacimientos que se producen en ese país, que Unicef calcula en unos 700.000 al año, o lo que es lo mismo, una media de seis hijos por mujer.
En medio de un tráfico caótico, camino de la maternidad, Alexandre recuerda que cuando estaba haciendo el estudio previo descubrió que la oftalmía por gonococos era «la patología más frecuente, tal y como sospechábamos». Se trata de una enfermedad que «se manifiesta entre las primeras horas de vida y los 15 días siguientes» con síntomas bien conocidos por los oftalmólogos: ojo rojo, legaña e inflamación del párpado. A partir de ahí, la estadística: diez de cada cien niños que la padecen acabarán ciegos.
El problema, la falta de limpieza
Durante el viaje, José Carlos Pastor aclara que esta patología es «prácticamente inexistente en Europa occidental». ¿Y de dónde viene? «Por lo que sabemos, es un problema de profilaxis, de limpieza, de asepsia, que empieza por una deficiente atención a la madre durante el embarazo y el parto». Eso significa que muchos niños ya la «traen puesta» al nacer, por lo que el estudio incluirá algunas recomendaciones a todo el personal sanitario que sigue la evolución del embarazo para que cuide la atención prenatal. Pastor está convencido de que «será necesario alertar también a los servicios de obstetricia, ya que más importante que resolver el problema es ir a la causa que lo provoca».
La llegada a la maternidad, tras un interminable viaje por las calles polvorientas de Luanda, supone el encuentro con los recién nacidos que podrán beneficiarse de este trabajo. Fátima Ferraz, la directora, domina sin agobio aparente un hospital donde cada mes nacen 2.000 niños «a cualquier hora, porque las parturientas no mandan en el reloj ni los niños esperan en la tripa». De este sitio saldrán las 800 criaturas que 'prestarán' sus ojos para saber si la povidona funciona o no, en un país con una de las tasas de mortalidad infantil más altas del mundo, que el propio ministro de Sanidad considera «absolutamente inaceptable». Los dos equipos que trabajan en este proyecto se han propuesto realizar todos los ensayos pertinentes antes de que acabe 2010. «A partir de ahí, será el Ministerio de Sanidad de Angola el que ponga en marcha la campaña sanitaria e informativa que sea recomendable», añade Pastor.
Diez kilómetros de atascos después y con 37 grados a la sombra, el equipo de médicos españoles y angoleños que trabaja en este proyecto llega al Ministerio de Sanidad para entrevistarse con su titular, José Van-Dúnem, en presencia de José María Castroviejo, embajador de España, y del doctor Hermano David, director del IONA. Van-Dúnem reconoce las dificultades para implantar una verdadera medicina preventiva en un país que dejó atrás la guerra civil hace siete años y que aún tiene problemas con la guerrilla del Norte. A todos los asistentes les parece muy alta la cifra de mortalidad infantil, que afecta cada año a unos 13.000 recién nacidos. También lo es la cifra de esas posibles 7.000 cegueras cada año, muchas de las cuales podrían resolverse con dos gotas de un producto tan barato. Por eso, tanto el representante de España como el ministro coinciden en pedir a los científicos que se «se den prisa» en aplicar este procedimiento. Antes de abandonar el despacho, los médicos que dirigen el estudio escuchan decir a Van-Dúnem: «Ensayen lo que necesiten, pero, por favor, inicien el tratamiento cuanto antes».
Semen y orina
A la salida, el diplomático español sentencia algo que está en la mente de todos: «En Angola, la salud pública no necesita reformarse, sino establecerse». Quizá Castroviejo pensaba en una noticia que circula estos días entre gente avisada: varios hospitales que se construyen ahora mismo (algunos por empresas españolas bajo el sistema de llave en mano) están en sitios a los que no aún no ha llegado el agua corriente.
Antes de volver a casa, la enfermera del IOBA Eva Sobas y el director del instituto vallisoletano dedican buena parte de la tarde a repasar con Isabel Alexandre los datos del protocolo de este ensayo, que incluye dos actuaciones: la instilación de la gota y la toma de muestras oculares de los niños seleccionados. Sobas, que ha viajado varias veces a Angola para enseñar, «y también para aprender», está curtida en los avatares de un país que, pese a sus carencias, va saliendo de las tinieblas. «Aquí he visto de todo -dice la enfermera española-, como remedios para 'curar' utilizando el semen del marido, la orina, lengüetazos en el ojo enfermo o una gota de sal dentro del párpado. Al principio no podía ni creérmelo, pero. así son las cosas».