Editorial

Banda no tan ancha

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Pese a la grave incidencia de la crisis económica global que nos embarga, nuestro país es una gran potencia en el ámbito de las Tecnologías de Información y Comunicación (TICs), como lo prueban el peso y el prestigio de nuestra primera operadora, Telefónica –tercera del mundo en telefonía móvil, tras China Mobile y Vodafone–, o el hecho de que el Mobile World Congress anual se reúna en Barcelona. Sin embargo, y paradójicamente, cuando para salir del pozo de la recesión nos vemos obligados a emprender una ardua conquista de la competitividad, resulta que hemos de reconocer que no disfrutamos todavía del acceso a Internet acorde con los requerimientos del mercado. Según el último EGM publicado, en 2008 estaban conectados a Internet el 46,9% de los hogares (actualmente serían el 51%) y el 38,1% de los españoles usaban habitualmente ordenador (en 2003, ambos porcentajes eran el 25,3% y el 27,6%). El despegue mantiene, pues, una buena velocidad de crucero, pero el precio de acceso por banda ancha parece ser un serio obstáculo para el crecimiento (el 20,3% lo alega para justificar la falta de acceso). Sin embargo, según la última comparativa del coste confeccionada por la Asociación de Internautas, la modalidad más demandada en España (paquete de voz y datos con velocidades de 2 a 10 megas) es aquí un 6,3% más cara que la media de la UE. En definitiva, los españoles pagamos el segundo ADSL más caro de la Eurozona y el tercero de la UE. La necesidad de abaratar costes y mejorar la calidad –los tres megas de velocidad de descenso tan sólo alcanza hoy a las localidades de mediano tamaño– es perentoria. Y ello requeriría según los expertos que la competencia existente fuese real, lo que pasaría por exigir a las empresas que disponen de licencia para tender red que lo hagan o que soporten, en su parte alícuota, los costes reales de desarrollar y mantener la red existente propiedad del operador dominante, obligado hasta ahora a prestar además el servicio universal y presionado por el regulador, que le exige las mejores condiciones para los demás actores del mercado que arriendan sus infraestructuras. De otro modo, el déficit actual será difícil de restañar y nuestro sistema económico se resentirá de esta crónica falta de flexibilidad.