Irina trabajó durante una década en los hoteles de los Galán. :: CRISTÓBAL
Jerez

«Teníamos que pagarles 50 euros a diario, aunque no trabajásemos»

Una ex prostituta recuerda su paso por uno de los clubes de la familia Galán, detenida por supuesta explotación sexual

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Trabajaban de sol a sol. Eran órdenes de Rocío. A las seis de la tarde todas las chicas tenían que estar listas en la sala de baile para esperar a los primeros clientes. Enfundadas en sus medias y apenas unos tangas, les quedaba una larga jornada de doce horas y muchos hombres por delante, hasta que amaneciese a las seis de la mañana.

Irina tiene algo más de 30 años, pero pasó así casi un tercio de su vida bajo las órdenes de los Galán. Hace tiempo que se marchó de uno de los clubes de esta familia en la provincia de Cádiz. O más bien la echaron, cuando se negó a obedecer. Encontró un trabajo distinto, así que el día de la redada en los seis Hoteles Galantería, se enteró por la televisión de la detención de los cuatro miembros de este clan jerezano -el ex niño torero Juan Pedro Galán, su hermana Rocío, su padre Pedro y su madrastra, María- dueños de media docena de clubes de alterne entre Cádiz y Málaga.

La Guardia Civil les acusa de haber explotado laboralmente a las prostitutas que ejercían en sus locales, a las que supuestamente obligaban a mantener estrictas dietas y a trabajar durante más de doce horas al día. Prácticas denunciables, de las que Irina fue testigo en ocasiones.

«No nos limitaban la comida -matiza- pero sí nos traían carne podrida, que no se comerían ni los cerdos», rememora esta chica natural de un país de Europa del Este, que guarda sus peores recuerdos de Rocío Galán, la hija del clan y gerente de los hoteles. «Rocío era como un chulo, había que hacer por cojones lo que ordenaba; nos decía, por ejemplo, que si no queríamos comer la carne, que nos fuéramos».

Irina reconoce que allí «no tenían secuestrado a nadie», pero «nos trataban a gritos», explica la joven meretriz, que pide una y otra vez que su rostro no se muestre y cambiemos el nombre, para no ser reconocida.

Irina también corrobora que en los hoteles eran sometidas a jornadas maratonianas, «de seis a seis en verano y de siete a seis en invierno», sin apenas descanso: «Si nos íbamos a la habitación a descansar, nos llamaban a los cinco minutos para que volviésemos».

En temporada alta llegaban a trabajar en cada club «más de sesenta mujeres», la mayoría dominicanas, aunque había también muchas brasileñas. Todas poseían sus pasaportes, pero «no siempre papeles». «Éstas eran las que vivían fuera del club» para esquivar a la Policía, según Irina, que también se hospedó fuera del hotel. A pesar de tener una vivienda propia, debía pagar el alquiler de la habitación a diario: 50 euros, trabajase o no.

Las prostitutas se quedaban con el resto de las ganancias, aunque no pocas veces se veían obligadas a abonar todo el dinero para saldar las deudas de los días improductivos. En este tipo de hoteles, las meretrices son oficialmente clientes, que alquilan las habitaciones para ejercer libremente la prostitución. Pero nada más lejos de la realidad. Todas las meretrices de los Galán, estaban a las órdenes de la familia, que incluso las trasladaban de un club a otro según sus intereses: el de Medina, por ejemplo, era un hotel de tercera donde acababan las menos agraciadas. En Algeciras, en cambio, «querían a las que tuvieran buen tipo».

No todo son reproches

A pesar de todo, en el relato de Irina no todo son reproches. Por ejemplo, de Juan Pedro Galán hijo dice que «nunca faltó el respeto a las mujeres». Por su parte, a María A., la matriarca del clan, la recuerda como «una buena mujer», que se encargaba de dirigir el hotel cuando Irina llegó hace una década a España.

Viajó desde su país engañada por una mafia de trata de blancas, que le prometió un empleo en la recolección de fresas. «Me vendieron», asegura con bastante templanza, a pesar de lo duro de sus palabras. Cuando aterrizó en uno de los hoteles de los Galán, huía precisamente de aquella mafia del Este.

No pasó mucho tiempo cuando las riendas de los Hoteles Galantería pasaron a manos de Rocío, a la que Irina describe como una jefa despótica: «Te trataba a gritos; decía que éramos las que trabajábamos y teníamos que callar». Ahora, sin embargo, esta mujer ha decidido no enmudecer y contar cuanto ocurría en los Hoteles Galantería.