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Un error humano enluta Bélgica
El choque de dos trenes de cercanías, al saltarse uno de ellos un semáforo en rojo, deja casi una veintena de muertos
BRUSELAS. Actualizado: GuardarEl termómetro marcaba 2 grados bajo cero pero la impresión de frío de unos menos 6. De un cielo bajo y plomizo se desprendían unos copos de nieve que acentuaban la desapacible imagen revelada por las primeras luces del alba: llegaba otra jornada de nieve sucia en este invierno frío y gris. Eran las 8.30. El millón largo de belgas que van a Bruselas todas las mañanas a trabajar desde las ciudades del entorno llenaban en silencio las autopistas y los trenes de cercanías que circulan por una de las redes ferroviarias más densas de Europa.
En Buizingen, cerca de Hal, en el suburbio bruselense, las casas de se alinean con el tupido tendido ferroviario por el que circulan los trenes de alta velocidad con destino u origen en Londres y París, además de todo el tráfico de cercanías. Cinco pares de vías, en total. No hubo aviso previo; ni un chirriar de frenos ni un bocinazo, sólo un repentino estruendo «como si hubieran chocado dos coches, pero a lo bestia», decía un vecino, seguido de otros golpes más sordos. Después, un silencio, y al instante, los gritos, los lloros, los estertores de la agonía.
Dos trenes de cercanías habían chocado frontalmente con gran violencia en una recta con buena visibilidad. Las unidades motrices se habían empotrado una contra otra, levantándose por encima del tendido a causa del impacto, hasta topar con la catenaria. Sus bogies, perdida la conjunción con los convoyes, se precipitaron fuera de la vía, lo mismo que varios vagones descarrilados, que quedaron acostados al borde del balasto. Los supervivientes salían tambaleándose del escenario del horror y eran atendidos por los servicios de socorro, que llegaron inmediatamente. Detrás, entre los hierros retorcidos quedaban, al menos, dieciocho cuerpos inánimes, los de quince hombres y tres mujeres, aunque los bomberos declaraban, mediada la tarde, que todavía quedaban víctimas por rescatar.
La conmoción en el país fue inmensa. El rey se personó en el lugar y el primer ministro, que emprendía viaje a los Balcanes, lo canceló. Los primeros partes hablaban de unos pocos heridos, pero fueron rápidamente desbordados por previsiones mucho más pesimistas: el gobernador del Brabante Flamenco, Lodewijk de Witte, cifraba a mediodía las pérdidas humanas en una docena, balance que la Fiscalía elevaba a la veintena. Al cierre de esta edición, el último oficial daba cuenta de dieciocho muertos y un centenar y medio de heridos, muchos de ellos graves.
Investigación de la Fiscalía
Según los primeros, el accidente se debió a que uno de los convoyes se saltó un semáforo en rojo y colisionó a gran velocidad con el otro, que circulaba en sentido de Mons, aunque más lentamente. Portavoces de la SNCB, la sociedad de los ferrocarriles belgas, rehusaban comentar las circunstancias el siniestro, invocando la necesidad de que la Fiscalía, que ha abierto una investigación, «realice su trabajo con serenidad, objetividad y neutralidad». Otro tanto hacían los responsables de Infrabel, que gestiona las infraestructuras de los trenes belgas.
Si se confirmara que uno de los convoyes se saltó un semáforo habría también que concluir que el tren en cuestión carecía de freno automático o que no funcionó correctamente. Una carencia lamentable para un país que confía mucho en sus transportes públicos.
Uno de los trenes procedía de Quiévrain y se dirigía a Lieja, mientras que el segundo había partido de Lovaina con destino a Braine-le Compte. El servicio se realiza varias veces al día. En el momento del siniestro viajaban a bordo de los dos convoyes entre 250 y 300 personas.
A la espera de un balance final, podría ser el accidente ferroviario más grave de la historia belga. El precedente data de 1974, y se cobró también dieciocho vidas.