Michelle Obama, la jefa
«Con ideas propias, sincera y divertida», la primera dama de EE UU no ha perdido tirón entre sus compatriotas
Actualizado: GuardarEl desgaste del primer año en la Casa Blanca se ha cebado en Barack Obama, el primer negro (más bien mulato) que se convierte en presidente de Estados Unidos. Pero, mientras la tasa de popularidad de Obama oscila entre un 50 y un 65%, la de Michelle, ella sí una verdadera afroamericana, orgullosa de su raza, descendiente de esclavos en Carolina del Sur, se mantiene muy alta: un 71% de sus compatriotas tiene una opinión favorable sobre su persona.
Guapa, tradicional en asuntos familiares, titulada por las prestigiosas universidades de Princeton (donde a las negras como ella las tildaban de 'brown sugar', azúcar moreno) y Harvard, ganaba más que su marido cuando ambos coincidieron en un poderoso bufete de abogados. El hermano de Michelle Obama (nacida en Chicago en 1964), Craig, pensaba que Barack seguiría el camino de sus otros pretendientes: «Bye, bye». Pero el verbo florido, los orígenes exóticos y la pasión política del futuro presidente la cautivaron.
Liza Mundy, autora de una biografía que no contó con la colaboración de su protagonista, cree que desde que se convirtió en Primera Dama se ha visto obligada a «mostrarse más circunspecta» que cuando era sólo esposa de un senador, pero sostiene que «en general es la misma persona en público que en privado: con ideas propias, sincera y divertida». Mundy opina que los americanos «tienen una idea precisa de cómo es ella». Antes de que fuera llamada al orden por el equipo de campaña electoral de Obama, Michelle llegó a revelar que su marido dejaba los calcetines tirados y no olía precisamente a rosas por las mañanas.
Como descendiente de esclavos que, tras lograr emanciparse, emprendieron la Gran Migración al Norte para instalarse en una ciudad tan segregada como Chicago, Michelle supo aprovechar las oportunidades que se abrieron a los afroamericanos: «Gracias a eso, a su propia voluntad e iniciativa, y al cerrado apoyo de su familia, fue capaz de grandes logros y de superar sus orígenes. Mucha gente dice que esa es la genuina definición del sueño americano». A pesar de las críticas que han cosechado sus opiniones, la autora de esta biografía cree que Michelle Obama «tiene razón en recordar el racismo y a aquellos que no han podido disfrutar de las mismas oportunidades que ella», y añade en entrevista a V: «Creo verdaderamente que ella es consciente tanto del cambio y de las oportunidades que se han abierto por una parte como del sufrimiento y de las desigualdades que persisten por otra».
Aunque la autora reconoce que Michelle, hija de un empleado de la empresa municipal de aguas de Chicago, donde fue escalando puestos bajo una estricta ética del trabajo, no puede ser considerada como una integrante de la «realeza» negra de la metrópoli a orillas del lago Michigan, «cuando regresó de Princeton figuraba entre el primer grupo de afroamericanos de Chicago que pudo beneficiarse de una educación en la elitista Ivy League -conjunto formado por las ocho universidades más celebradas de Estados Unidos- y, sobre todo, descubrir que los despachos de las principales corporaciones americanas no sólo les abrían las puertas, sino que estaban ansiosos de ficharles. Cuando contaba poco más de veinte años conoció a muchos jóvenes afroamericanos que estaban en condiciones de llegar a ser influyentes políticos y hombres de negocios».
Con los necesitados
Aunque ella y su futuro esposo coincidieron en la facultad de Derecho de Harvard, mientras Barack se convirtió en el primer afroamericano que presidía la 'Revista de Leyes', ella prefirió dedicarse a trabajar como abogada de oficio. Mundy lo interpreta como que «él tenía intereses intelectuales y tal vez buscaba prestigio, y ella seguía sintiendo que su obligación era ayudar a los más pobres y menos dotados». Mundy admite que la imagen que se forjó de ella mientras elaboraba su libro no ha sufrido merma desde que Michelle se instaló en el 1.600 de la Avenida de Pensilvania: «Más bien se ha reforzado».
Al igual que Hillary Clinton, Michelle ha tenido que hacer sacrificios en favor de la carrera de su marido, pero Mundy no tiene la impresión de que su sueño sea ocupar el Despacho Oval: «Me sorprendería mucho que ella llegara a luchar alguna vez por la presidencia. Podría competir por un cargo público, pero sería un verdadero desafío para alguien que dijo en una ocasión que la política era una pérdida de tiempo».