Sociedad

Los vigilantes de las finanzas

Cuando hablan de crisis 'The Economist', 'Financial Times' o 'The Wall Street Journal', tiemblan las economías más poderosas

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No han sido elegidos por los votantes ni nombrados para los más altos cargos en las instituciones supervisoras de las finanzas mundiales. El periódico que editan tampoco es un boletín oficial. Pero cuando la vicepresidenta Elena Salgado salió el pasado lunes de una reunión con los directivos del 'Financial Times' en su elegante sede de Southwark Bridge, muy cerca de la Tate Modern Gallery y con la catedral de San Pablo y la City al otro lado del Támesis, era consciente de que su entrevista había sido tan crucial como una charla con los responsables del Fondo Monetario Internacional (FMI). Un editorial o un reportaje de signo positivo sobre un país en ese diario, como en 'The Wall Street Journal' o la revista 'The Economist', es una publicidad impagable. Una visión negativa enciende las alarmas y produce una caída de la Bolsa. Tal es su fuerza.

A finales del siglo XVIII, cuando Edmund Burke se dirigió a la tribuna donde los periodistas seguían la sesión parlamentaria diciendo «vosotros sois el cuarto poder», no existía ninguno de esos tres medios. Pero ellos encarnan hoy el tópico mejor que cualquier otro. Un poder que, además, elude los controles y los equilibrios de los tres primeros. No hay ninguno más -ni siquiera el muy prestigioso 'The New York Times'- que tenga una fuerza tal como para hacer que se tambalee una economía por fuerte que sea. Y, sin embargo, no hace demasiados años eran publicaciones modestas en su difusión y de influencia escasa sobre los mercados mundiales.

El consejo editorial de 'The Economist' está lleno de nombres ilustres, empezando por el presidente: Rupert Pennant-Rea, que en los años noventa fue vicegobernador del Banco de Inglaterra, período durante el cual protagonizó uno de esos escándalos sexuales a los que tan dada es la política británica. Pero esa es otra historia. Junto a él se sientan Lord Stevenson of Coddenham, Sir David Bell, Lynn Forester de Rotchschild y unos cuantos apellidos más vinculados a la aristocracia financiera.

Ha sucedido eso desde sus orígenes, porque esa revista nació en 1843 por iniciativa de James Wilson, aristócrata, millonario y ex secretario del Tesoro. El siguiente propietario-director fue su yerno, el banquero Walter Bagehot, y así hasta hoy. De 'The Economist' se ha llegado a decir que es al mundo de los negocios lo que los Evangelios para los cristianos, pero, a diferencia de esos textos sagrados, sus contenidos no llevan firma. Es la única publicación en su género en la que sus contenidos son anónimos y el consejo de redacción se responsabiliza solidariamente de todos ellos.

Es también de las pocas que no solamente es capaz de criticar con gran dureza la política económica de un gobierno, sino que ante una elección crucial no duda en decantarse por uno de los candidatos. Y no siempre lo hace por el conservador, como correspondería a su ideología. En una de sus más célebres portadas, publicada justo antes de las elecciones presidenciales de 2004 en EE UU, presentaba las fotos de los dos candidatos (Bush y Kerry) bajo el provocador título «¿El incompetente o el incoherente?» 'The Economist' vende cada semana más de medio millón de ejemplares en EE UU. La revista, editada a 5.000 kilómetros de distancia, se atrevía a decir a todos esos lectores a quién debían votar.

Fortalecido en la postguerra

'The Economist' comparte algo más que ideología con 'Financial Times' (FT), puesto que Pearson, la empresa a la que pertenece este diario, es propietaria del 50% de las acciones de 'The Economist Group'. Hoy, FT es un gigante que forma parte de un grupo con negocios variados en todo el mundo. Su sede junto al Támesis, un edificio de acero y cristal, simboliza ese poderío. Pero hasta después de la Segunda Guerra Mundial, FT estaba muy lejos del poder y la gloria. Fundado en 1888 por Douglas G. MacRae para hacer frente a un tipo de periodismo más bien corrupto que practicaba 'Financial News' -creado cuatro años antes y con el que se fusionaría en 1945-, en los años treinta su difusión no llegaba a los 30.000 ejemplares diarios, después de haber perdido en apenas 20 meses por efecto de la crisis del 29 la mitad de sus lectores y dos tercios de sus anunciantes. Al inicio de la guerra, las cifras del FT eran muy poca cosa para tratarse del oráculo de la City.

No obstante, su prestigio era grande y había consolidado una imagen de marca gracias a una decisión más bien banal: en 1893 comenzó a imprimirse en papel color salmón porque era más barato. Además, el rigor de sus informaciones y la independencia de sus análisis lo habían convertido en el diario preferido por el mundo financiero. Y cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial evitó con cuidado caer en la tentación del nacionalismo a ultranza.

Pero la seriedad de sus análisis no lo ha librado de acusaciones de filias y fobias. Cuando en 1999 lanzó su edición en alemán, causó una conmoción en el mundo financiero de ese país. En cada confrontación económica o política entre Berlín y Londres -y ha habido muchas, en la UE y fuera-, el diario se había colocado de manera inequívoca del lado británico. No es difícil entender que muchos vieran esa edición como un 'submarino' enemigo en las aguas de la economía germana. Quizá por eso el diario no cubrió sus expectativas y Pearson vendió la mayoría en 2008 a Gruner + Jahr. Ese mismo año, FT ganó los dos premios mayores de la prensa británica.

Los errores de un gigante

En materia de premios, tampoco 'The Wall Street Journal' (WSJ) va corto: acumula 33 Pulitzer. Pero hay algo que le diferencia con claridad de sus dos colegas británicos. Se trata de su origen escasamente aristocrático. La historia del periódico, que sus responsables exhiben con orgullo porque simboliza el sueño americano del éxito a través del trabajo, nos dice que nació por iniciativa de tres periodistas, Charles H. Dow, Edward D. Jones y Charles M. Bergstresser, que hasta 1884 habían trabajado en un boletín de bolsa. En ese año se establecieron por su cuenta y durante un tiempo, instalados en los bajos de un bar -que había que atravesar para llegar a la redacción-, confeccionaron cada día un 'periódico' de dos hojas hecho a mano por ellos mismos. Con un punzón y papel carbón hacían hasta diez copias a la vez. En total, apenas unos centenares de ejemplares que luego repartían personalmente a los suscriptores.

En 1889, y dado que habían conseguido un cierto éxito, crearon 'The Wall Street Journal'. Bergstresser abandonó enseguida y Jones siguió pronto sus pasos, así que sólo quedó Dow, que se hizo famoso por la claridad de sus análisis y por el uso de un lenguaje muy comprensible. Clarence Barron le siguió en la dirección e impulsó el periódico, pero no le dio una mayor calidad. Uno de sus mayores errores de apreciación se vio el 30 de octubre de 1929: ese día, su primera página estaba dominada por un título críptico: 'Los valores se estabilizan después de bajar'. 'Variety', el periódico del mundo del espectáculo, cuyos redactores estaban lejos de ser expertos en finanzas, lo vio más claro: 'Wall Street se hunde'. Un título adecuado para explicar la mayor caída bursátil de la historia en términos relativos, la del 'martes negro'.

Entre 1929 y 1936, la difusión del WSJ bajó de 56.000 a 12.000 ejemplares. En 1941, Bernard Kilgore, para muchos el padre de la información económica moderna, tomó las riendas y acuñó una de las frases más célebres entre la tribu periodística: «No escribáis para los banqueros, escribid para sus clientes, que son más». Ahí empezó el ascenso a los cielos del WSJ. Pero su gran visión para los asuntos de la economía no va pareja a la perspicacia política. WSJ ha apoyado algunas de las causas menos nobles de las últimas décadas. Hace apenas unos meses, se mostró favorable al golpe de Micheletti en Honduras y publicó un artículo del presidente usurpador, para perplejidad de sus colegas. Desde hace algo más de dos años, el diario es propiedad de News Corp., el grupo del magnate de la comunicación Rupert Murdoch.

Opiniones políticas aparte, los redactores, directivos y columnistas de estos tres medios han logrado que todas las puertas se les abran como por arte de magia. No hay político que no cambie una agenda para encajar en ella una entrevista con un representante de esas cabeceras, como no hay gran ejecutivo, 'broker' o analista de inversiones que no lleve un ejemplar de esos medios en su maletín.

Los dos diarios y la revista, además, analizan periódicamente la marcha de las principales economías, y el 'examen' es siempre un dolor de cabeza para los dirigentes. Una nota positiva vale más que una mejoría en la calificación de las agencias de solvencia. Una negativa es el pistoletazo de salida para que los grandes fondos retiren sus inversiones. Si Burke viviera, no hablaría de estos medios como el cuarto poder. Son el primero.