Un soldado de las fuerzas de la ONU, protegido con una mascarilla y fuertemente armado, vigila la distribución de alimentos en un suburbio de la capital haitiana. :: AFP
MUNDO

El eterno cementerio haitiano

Cuando se cumple un mes del terremoto el país caribeño continúa enterrando víctimas y no vislumbra el día que podrá pasar página

NUEVA YORK. Actualizado: Guardar
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Hoy es día de luto en Haití. Cabría pensar que lo ha sido desde hace un mes, pero sus nueve millones de habitantes han estado tan ocupados con sobrevivir al catastrófico terremoto del 12 de enero que no han tenido tiempo ni para escuchar su propio dolor.

Al cumplirse un mes de la tragedia el Gobierno haitiano, que emerge de sus cenizas como un rey sin trono, celebrará un acto sobrio con diferentes grupos religiosos para devolver a los muertos desacralizados en las fosas comunes la dignidad perdida, y a los vivos la serenidad para enfrentar el futuro. Se pretende pasar la página del día después pero no será fácil dejar atrás la fase de emergencia cuando miles de cadáveres sin nombre siguen descomponiéndose bajo los escombros. El hedor da cuenta de sus coordenadas con sólo atravesar la calle, pero las casas desplomadas son demasiado obstáculo para buscar muertos.

Hasta la ONU se siente impotente para desescombrar Puerto Príncipe, convertida en ruinas y que es ya el cementerio de al menos 217.000 personas, aparte de los que aún siguen bajo los escombros. «La verdad es que nunca se sabrá el balance exacto de víctimas», admitía ayer el subsecretario de operaciones de paz de la ONU, Alain le Roy. «Éste es un país donde no había registro, carné de identidad o certificados de nacimiento». Su creación es una de las tareas que la organización multilateral a cargo de su reconstrucción planea encargar, posiblemente a la Unión Europea, porque registros y catastros serán un paso clave para el futuro del país más pobre del hemisferio.

Antes habrá que abrirse paso entre los 63 millones de toneladas de cascotes que bloquean las calles de la capital, y que poco a poco se están convirtiendo en nuevas montañas de piedra y cemento a las afueras. «Necesitamos que vengan empresas privadas a quitar escombros porque la ONU no tiene maquinaria pesada para hacerlo», clama impotente Edmond Mulet, representante en funciones de la Misión de la ONU en Haití (Minustah). «Ahora, ¿quién lo va a hacer y quién les va a pagar? No tengo ni idea», confiesa.

Carrera de fondo

Mulet también lleva el luto bajo la camisa sudada. Sustituye en el cargo a quien pereció bajo las paredes del cuartel general de la ONU, desplomado como casi todos los edificios de más de dos plantas con el seísmo de 7 grados de magnitud. Las organización que ha tenido que asumir el mando quedó decapitada al perder a más de un centenar de miembros, de los que siete todavía no han sido hallados. Los que quedaron trabajaron día y noche sin saber siquiera si sus casas estaban en pie, y ahora disfrutan de un mes de vacaciones forzosas para recuperar la salud mental. La carrera será de fondo, y la naturaleza no piensa darles tregua.

De ello daban cuenta las primeras lluvias torrenciales que en la madrugada de ayer empaparon los cartones y sábanas bajo los que duermen 1,2 millones de desplazados. «Hay barro por todas partes, las colinas medio derrumbadas han empezado a desmoronarse; hemos tenido que evacuar a los equipos de rescate», contaba por videoconferencia Mulet. Más de medio millón de personas han abandonado la capital para sumar su recién adquirida miseria a la pobreza de sus familiares del campo. Sólo 30.000 han podido acogerse al programa de la ONU de «dinero por trabajo» que paga 5 dólares diarios (3,63 euros) por retirar basura y escombros de las calles. Incluso si consiguen financiación para ampliarlo, sus mejores expectativas es llegar a 100.000 en las próximas semanas. Gotas donde hacen falta océanos.

Mulet admite que la respuesta internacional ha sido «tremenda», pero achaca parte de la frustración a que «todo el mundo quiere hacer de todo». Por eso una de las opciones que se maneja es distribuir la tarea por zonas geográficas para que cada país pueda reconstruir un barrio o una provincia, además de asignar tareas temáticas, como la del registro. «Aquí todo es urgente, todo es alarmante, todo es preocupante», se rinde. Por ejemplo, 4.000 estudiantes murieron, unos 1.300 colegios están completamente destruidos y otros 3.500 dañados.

Con menos colegios y más presos en la calle -5.000 huyeron al destruirse la prisión- la seguridad es otra preocupación. Los líderes de las bandas se están matando entre sí para tomar el control de los barrios, los bandidos han impuesto aranceles en las carreteras y policías corruptos o delincuentes vestidos de agentes cobran «impuestos especiales» a médicos y cooperantes. Contra todo mito, EE UU no patrulla las calles, sólo comparte con los cascos azules la tarea de escoltar a los camiones de agua y alimentos que distribuyen en 16 puntos de la ciudad, la mitad bajo mando americano.