«El único libro que importa es el que se lee»
La autora de 'La importancia de las cosas' interviene esta tarde en Cádiz en el ciclo 'Letras capitales' Marta Rivera de la Cruz Escritora
CÁDIZ. Actualizado: GuardarHace ya diez años que dijo que veinte años no eran nada. Marta Rivera de la Cruz (Lugo, 1970) logró con aquella primera novela el título de 'Escritora Distinta' de su generación. Todavía coleaba el 'boom' de la nueva narrativa española, que debía ser, obligatoriamente, lineal, plana, televisiva, cuando ella se descolgó con un texto de 400 páginas que aspiraban al universo propio, con personajes sólidos, complejos, que eludían el tópico y la sensiblería; gente llana que hablaba del amor sin hacerse arrumacos ni empacharse de mermelada. La crítica la recibió tan bien que luego le ha costado superar el listón. Con 'El inventor de historias' (2000), 'Hotel Almirante' (2002), 'En tiempo de prodigios' (Finalista del Planeta en 2006) y 'La importancia de las cosas' (2009) ha completado una producción novelística alternada con incursiones en el ensayo ('Tristezas de amor', 'Grandes de España') y con sus trabajos periodísticos para 'El País Semanal', entre otras publicaciones. Esta tarde participa en Cádiz en el ciclo Letras Capitales.
-Defiende usted que la literatura es y debe seguir siendo un negocio. ¿Cómo le va?
-No me quejo. Vivo de esto.
-¿Está harta de que le pregunten por el papel del Planeta en su carrera, aunque fuera finalista?
-No, me gusta que me hagan esa pregunta. El Planeta significó un antes y un después en mi carrera literaria, aumentó mi capacidad para llegar a los lectores, conocí a editores y libreros y, en definitiva, fue algo muy importante para mí. Una no debe tener nunca problemas para recordar las cosas bonitas.
-Se queja de que los títulos tienen hoy por hoy una vida muy corta. ¿A qué libro suyo le daría una segunda oportunidad?
-La tuvo, precisamente gracias al impulso del Planeta, 'El inventor de historias'. Es un libro que pasó completamente desapercibido cuando salió y que luego, a raíz de su recuperación, vendió tres ediciones. Soy consciente de que no es nada fácil que un libro tenga esa segunda vida. Lo sufren, sobre todo, los que proceden de editoriales pequeñas y los autores jóvenes, aunque nadie está a salvo de una acogida mala o fría por parte del mercado. Salvo los grandes best-sellers, les ha pasado también a autores de primera línea, lo que ocurre es que no es algo que se vaya contando por ahí... Si un título no acaba de arrancar en el primer mes, lo normal es que desaparezca.
-¿Qué libros ha leído recientemente que le hayan gustado y que sienta que han sido tratados injustamente por el mercado?
- Uno maravilloso, por ejemplo, que se llama 'Cuatro hermanas' y que llegó a mis manos porque me lo envió la editorial. Lo edita Libros del Asteroide y es un texto fabuloso. Pero nadie puede controlar el mercado. Es consecuencia directa de la sobrepublicación.
-¿Ha afectado eso a 'La importancia de las cosas'?
-Bueno, la novela está funcionado bien. Ha cumplido ahora un año y sigue presente. Ha vendido unos 15.000 ejemplares, muchos más de los que yo hubiera firmado cuando salió la novela.
-Ha dicho que «en el caso de los escritores, el buen funcionamiento de un libro se mide por el número de lectores que tiene». ¿Eso es aplicable, por ejemplo, a la poesía?
-Reconozco que en poesía soy prácticamente una analfabeta; me gusta mucho, pero admito que no soy ninguna experta. Hay que tener valor para ser poeta. Se manejan unas tiradas mínimas y unas cifras que, para vivir, son ridículas. De todas formas, hablo del número de lectores, no del número de ejemplares. El único libro que importa es el libro que se lee, no el que se vende.
-Cuando publicó 'Que veinte años no es nada', la crítica se volcó con usted. En vez del habitual trato condescendiente que se le da a las novelas primerizas, hubo casi unanimidad en recalcar que su voz ya estaba madura y que tenía un camino brillante por recorrer. ¿Eso ayuda o angustia?
-La crítica fue excepcionalmente generosa conmigo, es cierto. De entrada esas reseñas elogiosas ayudan, claro. En cualquier caso, desde entonces, he evolucionado mucho. Hay una gran parte de la escritura que es oficio. Quiero pensar que soy mejor escritora que entonces; que ahora tengo una voz que es más mía, no tan prestada, tan influenciada por otros.
-¿Alguna buena crítica le ha sido contraproducente y alguna mala constructiva?
-Una buena crítica no tiene por qué levantar un libro, pero una mala sí se lo puede cargar.
-Forma usted parte del selecto club de escritores con blog. ¿Qué no cuenta en su bitácora de las interioridades del mundillo literario? ¿Qué se calla?
-Sobre el mundo literario hay mucha leyenda, la verdad. Hay cosas que me callo por pura discrección. Confianzas, secretillos, pero no es un asunto de lealtad editorial, sino de lealtad personal.
-¿Para qué le sirve, todavía, el periodismo?
-Para mantenerme en forma. Periodismo y literatura tienen la misma materia prima: las palabras y las historias. Por eso, es la mejor escuela para cualquier escritor.