A punto de emprender viaje, un hombre habla con su hijo en el tren, en una estación de Hefei. Abajo, colas en una estación de autobuses. :: JIANAN YU/REUTERS
Sociedad

El mayor éxodo de la historia

500 millones de chinos regresan a sus pueblos para celebrar el Año Nuevo en familia

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Los términos muchedumbre, aplastamiento y caos adquieren sentido estos días en las estaciones de tren de China. Hasta 210 millones de personas se amontonan frente a las taquillas de todo el país con la esperanza de obtener un billete. Duermen sobre sus petates y sorben sopa de fideos instantánea; los hombres juegan a las cartas con improvisados amigos y las mujeres cargan a la espalda a sus bebés.

Se acerca el Año Nuevo chino, la única ocasión en la que los emigrantes rurales y los estudiantes desplazados pueden reecontrarse con la familia en su tierra natal. Es la mayor migración periódica del ser humano, y cada año bate récords. Entre el 30 de enero y el 10 de marzo se espera un incremento del 9,5% en el número de pasajeros con respecto a 2009. Si se suman los trayectos en autobús, en barco y en avión, la cifra roza los 500 millones. Más de un tercio de la población del país.

Ahora bien, eso no es nada comparado con el gran éxodo que se está fraguando en China. Y es que la mayoría de los que viajan estos días regresan a la ciudad después de las vacaciones, algo que no sucede a la inversa. Las zonas rurales se están quedando despobladas en todo el mundo, un fenómeno que adquiere proporciones bíblicas en China.

Según el informe del Ministerio de Desarrollo Rural y Urbano, en los próximos 15 años unos 300 millones de personas -casi el número de habitantes de Estados Unidos- buscará hacer realidad su particular 'sueño chino' en las junglas de asfalto. Un hecho que puede tener implicaciones a nivel mundial, ya que pone en peligro la estabilidad social de la nación que, con toda seguridad, va a convertirse este año en la segunda potencia económica mundial.

La transformación se produce a velocidad de vértigo. Hace tres décadas, cuando Deng Xiaoping declaró que «enriquecerse es glorioso», en las urbes del país vivía un 17% de la población, un porcentaje que suponía sólo 7 puntos más que el de 1949, año en el que Mao fundó la República Popular China. Sin embargo, esa cifra alcanza hoy el 45,68%: 607 millones de almas, un número superior al de toda la Unión Europea. Y el Buró Nacional de Estadísticas espera que ese dato se dispare hasta el 70% en 2050.

Con el crecimiento actual del 0,95%, eso supone que unos 1.000 millones de personas abarrotarán las ya congestionadas metrópolis. Muchas superan los 10.000 habitantes por kilómetro cuadrado, el doble de la que tiene Madrid, y tres ya están entre las doce ciudades con mayor densidad del planeta: en algunos barrios se superan los 60.000 ciudadanos por kilómetro cuadrado, 700 veces la media española.

A pesar del deterioro de la calidad de vida sobre el asfalto, es fácil comprender el porqué de esta migración. Según datos oficiales, en 2008 el chino medio del campo tenía una renta 3,3 veces inferior a la de su compatriota urbano (697 dólares frente a 2.307, es decir, 499 euros frente a 1.650), una diferencia notablemente superior a la de 1978, cuando el ratio estaba en 2,5 (20 dólares frente a 50). Una comparación capciosa, porque la estadística encubre las grandes diferencias existentes entre regiones, e incluso dentro de la misma provincia. Por ejemplo, Huang Luwen, de 22 años, recién empleada en Shanghai por una multinacional, cobra al mes tres veces más de lo que ingresa al año la familia de Liu Run Mei, agricultora de la provincia de Shanxi que tiene que alimentar a dos hijas. Y Huang no se siente afortunada con su sueldo de 6.000 yuanes (630 euros). «Vivo con mis padres y no puedo permitirme lujos».

Claro que su estándar incluye viajes al extranjero y cursos de flamenco e idiomas. Liu, sin embargo, desconoce incluso la ubicación de Shanghai, y sobrevive con unos 250 euros al año, «dependiendo de cómo vaya la cosecha, y justo para no pasar hambre». No es de extrañar que su hija mayor, Shi Lireng, de 14 años, sueñe con cambiar el burro de la familia por una bicicleta eléctrica, y la polvorienta escuela del pueblo por un instituto «en el que pueda vestir un uniforme limpio». Porque, aunque la familia ni siquiera disfruta de agua corriente, sí que dispone de televisión. Y en la pantalla se muestra un mundo muy distinto al suyo.

'Apartheid chino'

Es posible que Shi termine embarcándose en un dramático viaje a lo desconocido, en busca de los destellos de neón de la China del siglo XXI. Quizá algún día coincida en el metro con Huang Luwen. Y es muy posible que, entonces, la joven urbana la desprecie con la mirada. En los convoyes tampoco faltan los insultos proferidos en el dialecto de Shanghái. «Son como animales», comenta una señora. «¡Fíjate cómo huelen! No sé cómo no los mandan de vuelta a su mierda de pueblos». La propia Huang está a favor del establecimiento de algún mecanismo que regule la llegada de emigrantes rurales, como sucede en Hong Kong.

De hecho, en el caso de que Shi decida dar el salto a la ciudad, tendrá que enfrentarse al sistema del 'hukou'. Se estableció hace siglos para controlar los flujos migratorios, y muchos se refieren a él como el 'apartheid chino': identifica a cada habitante como residente de un lugar concreto, y esto supone que sólo pueda acceder a los beneficios sociales y económicos que ofrece su territorio natal, y no a los de otro al que quiera desplazarse. Sin un permiso de trabajo o una matrícula en algún centro educativo, quien esté registrado en una provincia ni siquiera puede alquilar un techo en otra. Los hijos no tienen acceso a servicios sanitarios y educativos gratuitos o subvencionados. Desde 2003 la Policía ya no puede arrestar y deportar a quienes no tienen una tarjeta de residente temporal, aunque en el sureste del país siguen dándose este tipo de casos. Se estima que unos 200 millones viven fuera de su 'hukou' y lo hacen, generalmente, en condiciones deplorables.

El crecimiento de las megalópolis se sostiene gracias a la mano de obra de estos emigrantes semi ilegales. Duo Huocheng es uno de ellos. Tiene 35 años y trabaja en la construcción de las instalaciones de la Exposición Universal que abrirá sus puertas en Shanghai el 1 de mayo. Se pone el casco en cuanto aparece algún inspector, aunque reconoce que no está acostumbrado. Vive en uno de los cientos de barracones prefabricados en los que se hacinan miles de trabajadores. Cobra poco más del salario mínimo de la ciudad, 1.200 yuanes (127 euros), que son suficientes incluso para complementar los ingresos de su familia, en la provincia de Anhui. «Mi sueño es poder traer aquí a mi mujer y mi hijo», asegura Duo. No está solo, le acompañan 300 millones más.