Opinion

Dedicar canciones

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Algunas canciones, por sí mismas o por haber sido escuchadas en momentos particularmente íntimos, pueden marcar hitos, establecerse como señales imborrables, emblemas, banderas personales en el mapa de la propia existencia. La banda sonora de nuestros sentimientos es, a poco que hagamos memoria, cantable o tarareable. Canciones melancólicas o melodías del desenfreno se van sucediendo. Melodías sublimes y otras que apenas merecen el adjetivo indulgente de 'pegadizas'.

Uno no sabe a ciencia cierta por qué ese estribillo y no otro, por qué 'Sobre un vidrio mojado' y no 'Ojos de gata', un suponer. Hay canciones que se sienten propias en la primera audición, y otras que se te van adentrando, sibilinas, hasta volverse imprescindibles.

Luego, están también las canciones dedicadas. Recuerdo una historia familiar, la de mi tía Purri y el bolero 'A escondidas', de Jorge Sepúlveda, que en la radio le servía de contraseña a un noviazgo contrariado. Y recuerdo cada una de las canciones que me señalaron o que señalé como estandartes, a menudo secretos, de amores y de nostalgias.

Son tesoros que no sólo no pierden su valor y su brillo, sino que los acrecientan cada vez que la memoria los desempolva, cada vez que los actualizamos en el equipo de música o en el intento de nuestra garganta.

Dice José Manuel Caballero Bonald, en el poema 'Transfiguración de lo perdido': «La música convoca las imágenes / del tiempo...». Y, con el añadido preciso de una dedicatoria, tiene la virtud de recuperar, a la vez que el tiempo, una imagen, un suceso, un deseo, un espacio.

Hoy quiero dedicarles (y dedicarme, porque estoy de cumpleaños) esa canción, precisamente ésa, que les haya sugerido esta mañana la lectura de mi modesto artículo. Sean felices. Canten. Recuerden.