Sensación de naufragio
Actualizado: GuardarJosé Luis Rodríguez Zapatero ha sufrido una auténtica «semana de pasión» en la que se han encadenado los desastres de una realidad económica que hasta ahora no parecía existir para el Gobierno. El calvario comenzó a adquirir tintes dramáticos cuando se difundieron comentarios que equiparaban nuestra situación a la de Grecia. Esa idea fue abonada por el propio Zapatero al aceptar comparecer en Davos junto al primer ministro griego y al presidente letón. Más tarde el símil fue alentado por el comisario europeo Almunia, quien comparó ya sin matices a Grecia con España. Después de Davos, el goteo, o ya chaparrón, de malas noticias incluyó la cancelación del viaje de Obama a España en primavera y el anuncio a la UE, con posterior y vergonzosa rectificación, sobre un recorte en el sistema de pensiones. Otro quebradero de cabeza lo aportaron los sindicatos con su amenaza de romper la paz social, deseosos de sacudirse el sambenito de su pasividad ante la recesión. Ya en un 'jueves negro', mientras asistía en Washington a una controvertida liturgia religiosa, el CIS disparaba la ventaja del PP a los 3,8 puntos y los mercados financieros agravaban con espectaculares caídas la profundidad de la crisis. La sensación de naufragio, agravada por la noticia de que seguimos técnicamente en recesión, ha llegado a tal punto que, en medio del desconcierto general provocado por el desastre, ha empezado a cundir la percepción de que nos encontramos ante un inexorable fin de ciclo que reclama decisiones excepcionales.
La tardía reforma laboral, impulsada este viernes por el consejo de ministros, ha llegado, en fin, cuando la preocupación de la ciudadanía ha alcanzado cotas alarmantes, lindantes a veces con el pánico. Y en la gestión de esta coyuntura, no debería descartarse ni la formación de un gobierno más político y de mayor nivel, como reclama incluso explícitamente una parte del PSOE, ni la formación de un gobierno de concentración con la principal fuerza opositora, ni siquiera una moción de confianza que permitiese aclarar el panorama y renovar, o no, la posición de liderazgo que se le supone un presidente de Gobierno. Ni, por supuesto, la convocatoria de unas elecciones anticipadas si la situación amenaza con volverse definitivamente inmanejable.