TOROS EN SAN FERNANDO
Dos jóvenes que aprietan
El diestro Salvador Ruano ofició de sobresaliente. Álvaro Núñez y Juan Sierra se desmonteraron tras parear con acierto
La Feria del Carmen y de la Sal contó este año en su programación taurina con un atractivo mano a mano entre dos jóvenes y prometedoras promesas de la torería. Uno, el local David Galván , ávido de triunfos que lo catapulten a escalones superiores del escalafón, y otro, el madrileño López Simón , quien, con apenas un año de alternativa, disfruta ya de los privilegios que otorga el podio de los escogidos. A la postre, sería el isleño el triunfador numérico del festejo, con cinco apéndices obtenidos, dado que el mal uso de los aceros privaría a su compañero de conseguir un tanteador mayor. Entretenida corrida, que vino marcada por lo desabrido de una inusitada fuerza eólica, lo que obligó a los espadas a plantear la lidia en terrenos poco propicios, y por lo que ya constituye una constante en este tipo de festejos: la fugacidad e intrascendencia de las suertes de varas y de banderillas.
Abrió plaza un castaño de anovillada presencia y de corto viaje en su embestida, que salió suelto del capote que le ofrecía David Galván. Un quite compuesto por tres ceñidísimas chicuelinas y una revolera constituyó el primer episodio de sobresalto y escalofrío de la tarde. Con unos pases por bajo inició el de San Fernando su trasteo, con los que intentaba domeñar la sosa y poco humillada acometida de la res. Una sucesión de tandas de derechazos en los medios, lugar donde el viento azotaba con empecinada violencia, conformaron lo más granado de una faena que contaría con su epílogo de pases postreros junto a tablas, terrenos marcados por la querencia de su rajado enemigo. Tras una estocada de la que el toro tardó en caer, sumaría los dos primeros apéndices para su esportón.
Dos largas cambiadas y un ramillete de mecidas verónicas, abrochadas con media de rodillas, compusieron el animado saludo capotero con que Galván recibió al noble castaño que hizo tercero. Animal que se aquerenció en tablas durante el tercio de banderillas y que mostró manifiesta reticencia en sus primeras embestidas a la muleta del isleño. Defecto que fue a peor, pues pronto se volvería a atrincherar en su pertinaz querencia de la puerta de cuadrillas. Incómodos y comprometidos terrenos, donde el diestro hubo de esforzarse en sincero alarde de valor para extraer los contados medios pases que el manso le permitió. Con una gran estocada puso fin a este segundo acto de su actuación. Lucida resultó también su labor capotera frente al quinto de la suelta, toro que regaló de inicio encendidas y repetidoras embestidas. Sin embargo, a la segunda tanda de muletazos que David Galván instrumentara, el animal se rajó, desarrollando genio y prodigándose en cambiantes embestidas. Pero el joven torero local lo supo aguantar en el tercio y encadenar varias series de redondos y naturales, que resultarían de trazo irregular, unos pulcros y profundos y otros más tropezados y movidos. Una estocada tendida, que el toro escupió, fue suficiente para finiquitar su labor.
Se hizo presente López Simón en el ruedo con el dibujo de exquisitas verónicas frente a un noble y repetidor ejemplar, del que aprovecharía su extrema boyantía para encandilar a la concurrencia en una extraordinaria actividad muleteril. Ligaba con extrema facilidad los pases sin enmendar la posición, entre los que destacaron unos soberbios circulares invertidos y varios naturales cadenciosos y limpios. Circulares que repetiría, de hinojos, en las postrimerías del trasteo y que otorgaron a su obra una enjundia de faena maciza, que mostraba con claridad el alto nivel que ya alcanza la particular tauromaquia de este joven matador. Obra que, por desgracia, no contaría con el apropiado broche del correcto uso de la espada. Pinchó con reiteración a este segundo, como también lo haría con el cuarto, con lo que perdería unos trofeos que bien se había ganado con su excelso manejo de las telas. Con lances a pies juntos, chicuelinas y revolera saludó, airoso, a su segundo oponente. Pero no mostraría éste las óptimas condiciones de su hermano de camada. De tal modo que unos estatuarios iniciales, una tanda de derechazos y un goteo porfiado de naturales constituyeron el máximo repertorio de toreo fundamental que López Simón pudo extraer de su desrazado enemigo. Burel de comportamiento reservón y de embestida dubitativa, corta y reticente. Y como mandan los cánones de la supina mansedumbre, la faena culminó con una arriesgada exposición del diestro en la misma puerta de toriles. Herido en su amor propio al verse derrotado en el mano a mano por su compañero, un arrebatador López Simón salió decidido frente al sexto, al que acarició la verónica y templó su briosa acometida inicial. Animal que apretó en varas y que llegó con cierto recorrido y humillación al último tercio. Y ahí estaba la poderosa franela del madrileño para recibirlo de hinojos y dibujar varios muletazos con gusto y ligazón. Pero el toro pronto se rajó, por lo que no le quedó más opción a López Simón que recurrir de inmediato al toreo valeroso del encimismo y los desplantes. Esta vez no erró con la tizona y pudo saborear, al fin, la miel de los máximos trofeos.