El papa Francisco, durante el juramento de reclutamiento de la Guardia Suiza. / Efe

Francisco reivindica el Concilio Vaticano II canonizando a sus protagonistas

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Hace unos días Juan XXIII y Juan Pablo II fueron elevados a los altares. Ahora le toca el turno a Pablo VI, que en octubre será beatificado, si bien Francisco aún tiene que firmar el decreto pertinente. ¿Qué tiene el siglo XX para que sea tan pródigo en pontífices con fama de santidad? Entre otras cosas, hace más de medio siglo comenzó el Concilio Vaticano II, que trajo una serie de cambios para la Iglesia católica que hoy se antojan capitales. Pablo VI tomó el testigo de Juan XXIII al continuar los trabajos de la asamblea ecuménica, toda una obra ambiciosa que modernizó los fundamentos del catolicismo. Karol Wojtyla, temeroso de los males del paganismo, atemperó todo ese proceso.

La santificación de Wojtyla, cuyo reinado frenó la implantación de la doctrina conciliar, se interpreta como una forma de equilibrar la balanza. Con la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II se contenta a católicos de sensibilidades contrapuestas.

Ahora el papa Francisco, empeñado en reivindicar el fruto de aquellos años y homenajear el legado de sus predecesores, a los que toma como modelo, quiere de esta manera revestir de gloria a los protagonistas de esas reformas, que se tradujeron en el auge del ecumenismo y el papel protagonista de los creyentes como pueblo de Dios.

Pablo VI es un ejemplo para Francisco por cuanto erradicó muchos de los anacronismos que lastraban la vida eclesial. El papa Giovanni Battista Montini apostó por insuflar austeridad a las ceremonias eclesiales, algo muy del gusto de Bergoglio, que abomina del boato y la suntuosidad.

80 papas santos

La encíclica ‘Populorum progressio’ es otro de los puntos fuertes del pontificado de Montini. El texto aborda la justicia social en el mundo, lo que concitó en su día las críticas de los sectores más conservadores. El documento, muy avanzado para su tiempo, ataca tanto el capitalismo como el colectivismo marxista y proclama el derecho de los pueblos a rebelarse incluso contra los regímenes opresores.

Con la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II, la Iglesia católica cuenta con 80 papas santos. Pío X, que dirigió el orbe católico entre 1903 y 1914, fue el primer papa de la pasada centuria que fue proclamado santo.

La mayor parte de los papas que han sido declarados ejemplos de santidad nacieron en los albores del cristianismo. Los primeros 35, entre San Pedro y Julio I, sufrieron el martirio.

Gregorio VII decía que la santidad debía ser el atributo fundamental de todo papa. No siempre ha sido así. La saga de los Borgia es un ejemplo de maquiavelismo, ansia de poder, comportamientos incestuosos y desenfreno sexual. De Alejandro VI (1492-1503) se dice que presidió más orgías que misas.

Al beato Urbano II (1042-1099) le inspiraba un espíritu algo belicoso. Fue el primer pontífice que convocó una cruzada al incitar a los cristianos a que arrebataran Tierra Santa a los turcos.

Aparte de piadosos, algunos papas santos tienen una dimensión histórica nada desdeñable. Es el caso de León el Grande (440-461), también santo, quien se entrevistó con Atila, el temible jefe de los hunos, cuando el caudillo se disponía a conquistar Roma. No se sabe lo que dijo el papa León a Atila, pero lo cierto es que el rey abandonó lo que hoy es Italia.

Hasta el siglo VI prácticamente todos los obispos de Roma fueron elevados al culto divino, lo que explica que hasta esa época hubiera papas de trayectoria cuando menos discutible. San Zósimo (417-418), por ejemplo, tenía un temperamento impetuoso. Su falta de tacto le llevó a tomar decisiones desafortunadas. El historiador de la Iglesia Juan María Laboa le reprocha su “precipitación y su desconocimiento de la situación de la Iglesia africana”.