Turquía: mucho más que unas municipales
Si el gobernante partido de Erdogan no gana las elecciones que se plantean en clave de plebiscito, el país se puede enfrentar a un terremoto político
ESTAMBUL Actualizado: GuardarEn un país como España, donde unas elecciones municipales en 1931 propiciaron un histórico cambio de régimen, no sorprenderá que las locales de este domingo en Turquía sean mucho más que la creación de nuevos ayuntamientos: si el gobierno del islamista 'Partido de la Justicia y el Desarrollo' (AKP) no las gana se producirá un terremoto político.
Desde que hace once años su líder, Recep Tayyip Erdogan, ganó por vez primera las legislativas, todo han sido éxitos. En las municipales consiguió el 42% de los votos en 2004 y el 38 en 2009, más que suficientes para triunfar sobre una oposición dividida entre el 'Partido Republicano del Pueblo', brazo histórico del secularismo político y kemalista que dominó largos años la vida política, y formaciones menores, como el MHP, ('Acción Nacionalista') y la corriente de inspiración kurda, hoy bajo sigla BDP o 'Partido de la Paz y la Justicia'.
La polarización de la vida política y social turca y la cercanía de una elección presidencial muy próxima (en agosto) y las parlamentarias del año próximo han hecho de esta jornada una cita tal vez decisiva para el inmediato porvenir institucional. Es casi seguro que, incluso si el AKP fuera el más votado pero perdiera las alcaldías de Estambul y Ankara, Erdogan disolvería el parlamento y adelantaría las legislativas.
El fondo de la cuestión
La elección de este domingo es, pues, un test de valor político general y algunos no dudan incluso en darles la condición oficiosa de una especie de plebiscito si la leen, lo que no sería una exageración, como una prueba de confianza o de desafección respecto del propio Erdogan. El primer ministro, de gustos autoritarios y carácter fuerte, no ha hecho nada por impedirlo y se ha implicado a fondo en la campaña, ha estado omnipresente y no ha dudado en tomar decisiones muy discutidas y arriesgadas durante las últimas y cruciales semanas.
Entre ellas están las de cancelar el acceso del público a Twitter y YouTube, en el primer caso para denunciar lo que él tiene por una orquestada campaña de difamación y en el segundo para sancionar lo que juzga una conducta impropia al difundir el contenido de una reunión de alto nivel de ministros y funcionarios de seguridad sobre la crisis siria que alguien consiguió grabar en lo que parece una proeza técnica y pasó después al canal.
Fiel a su temperamento, Erdogan, acosado desde el verano pasado por la severidad de la represión de las protestas ciudadanas en la plaza Gazi de Estambul contra ciertos planes urbanísticos y preocupado por el rumbo que ha tomado la guerra en la vecina Siria, optó por su estilo habitual: el combate cuerpo a cuerpo y una completa desinhibición política. Seguro de que su base electoral no le fallará, tomó la iniciativa, legisló a su manera, relevó a varios ministros acusados, sin pruebas concluyentes, es verdad, de corrupción y, sobre todo, retomó el discurso de la conspiración… con la novedad de que esta vez tiene también un perfume islamista.
El asunto Ghülen
Es cierto que hacia el otoño pasado el poderoso primer ministro asumió que no tenía la situación – “el Estado”, como dicen sus adversarios – bajo control. Se producían fugas informativas comprometedoras y había ciertos indicios de desorden político en la mayoría, reveses en política exterior, con los sucesos de Egipto y la evolución de la crisis siria, y se criticó severamente la conducta de las fuerzas policiales (sobre todo con la muerte del joven Berkin Elvan alcanzado por un bote de gas en junio pasado pero que murió a mediados de marzo y cuyo entierro reunió una gigantesca manifestación opositora)…
Tantas dificultades acumuladas un poco súbitamente bastaron para que el infatigable primer ministro, ducho en la lucha política cuerpo a cuerpo por su largo combate por la normalización del islamismo político, recuperara su vigor y optara por describir todo o casi todo lo sucedido como obra de un complot en toda regla trazado por un antiguo aliado y mentor suyo, el clérigo musulmán Fethulah Gülen, un acreditado “imam” autoexiliado en los Estados Unidos y dirigente espiritual y gerente moral de un movimiento bien implantado en áreas cruciales de la vida turca: empresas, medios de comunicación, universidad y, tal vez sobre todo, poder judicial y ministerio del Interior.
El movimiento, (“Hizmet”, literalmente “servicio” en turco) ha sido comparado al “Opus Dei” y, a decir verdad, nadie niega en Turquía su implantación, la veneración de muchos profesionales influyentes por su fundador y tampoco su papel en la renovación de la vida nacional. Gulen supo implantarse en medios clave de la sociedad a partir de la obra relevante de Said Nursi, un pensador islámico de la primera mitad del siglo pasado, kurdo por cierto, que escribió mucho y útil sobre reformismo musulmán y modernización de su mensaje.
La nueva coyuntura
A finales de los noventa habría sido impensable que Erdogan rompiera con su correligionario Gülen, quien se fue a los Estados Unidos sin una justificación clara, ni que fuera a ser pronto el carismático líder islamista tras el ocaso del respetado Necmettin Erbakan, apenas tolerado por los militares kemalistas que le permitieron gobernar apenas un año (junio 96-junio 97) mientras le infligían humillaciones constantes. Esta situación sería finalmente corregida por el dinámico líder quien se construyó una gran plataforma política y social en su condición de alcalde de Estambul en el cuatrienio 94-98.
El puesto, su dinamismo y la extendida convicción final de que era imposible normalizar la situación política sin la plena integración del factor islamista condujeron al éxito del AKP, fundado por Erdogan en 2001, en las elecciones de 2003. Erdogan es, pues, no solo el fundador, sino el emblema de lo que se ha descrito a veces como “neo-otomanismo”, compatible, visto lo visto, con la condición de Turquía como veterano socio de la OTAN. Si se añade el sostenido desarrollo material del país, el éxito de la gestión económica y la condición personal del primer ministro, un tanto caudillista y a las veces populista, pero cercano a las bases del partido, se explica el fenómeno y duración.
Todo esto es lo que se ha agitado y fragilizado a cuenta del sedicente escándalo Gulen. Hay hechos que tienden a probar la existencia real de maniobras orquestadas contra el gobierno desde áreas de la judicatura o la Policía donde Gulen tiene, o tenía, redes adictas, pero eso podría ser compatible con acusaciones de corrupción familiar. Erdogan, duro de pelar como pocos gobernantes, aspira a ser presidente de la República y seguir así en el poder… y – última lección de la crisis – no está claro ahora si visto lo visto lo intentará en agosto, cuando corresponde al parlamento designar al jefe del Estado. También esto depende del plebiscito de hecho que son las elecciones locales de este domingo …