ADIÓS AL PADRE DE LA DEMOCRACIA

«Un gran soldado»

El expresidente escribió este artículo para la agencia Colpisa el 15 de diciembre de 1995 por la muerte del general Manuel Gutiérrez Mellado, que fue vicepresidente y ministro de Defensa de los dos gobiernos de Suárez

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Es notorio que he tenido la inmensa suerte de conocer y tratar en profundidad al Capitán General don Manuel Gutiérrez Mellado y contar, en circunstancias muy difíciles para España, con su apoyo, su consejo y su amistad, sobre todo, cuando fue vicepresidente de mis gobiernos, encargado de los asuntos de Defensa.

Estos momentos son, entre españoles, propicios al elogio. En este caso es justo que así sea. Pero creo que el capitán general que acaba de dejarnos, querría, sin duda, ser recordado, ante todo, como lo que siempre quiso ser -y lo fue en alto grado- como un gran soldado , leal a España, al Rey, a la democracia, como un militar hasta la médula, al que sus virtudes castrenses y su amor a la milicia -como estilo de vida, como profesión vital- le hicieron estar abierto siempre a las exigencias de los tiempos y a la puesta en forma de los Ejércitos de España para responder con dignidad y gallardía a los nuevos retos.

Manuel Gutiérrez Mellado no ha sido un político en el sentido vulgar de la palabra. Sí lo ha sido en el sentido más alto del término. El ideal al que dedicó su vida fue el Ejército, su modernización, su adecuada instalación en la moderna democracia española, el cumplimiento digno y riguroso de la alta misión constitucional que en ella le corresponde, su contribución esencial a la defensa de España y de la paz mundial.

Su tarea nunca fue fácil. Pero supo cumplirla con rigor militar y con una extraordinaria entrega personal. En los años de la Transición política se encontró -nos encontramos- con unos Ejércitos que aun vivían y se vertebraban en torno al recuerdo de una Guerra Civil, acaecida hacía 40 años, que había enfrentado dramáticamente a los españoles. Él, en los gobiernos en que ocupó la vicepresidencia luchó denonadamente para que los Ejércitos de España miraran al futuro y se pusieran al servicio de la voluntad nacional, libremente expresada, y de la más ancha y generosa idea de España -la España de todos los españoles- encarnada en la Monarquía democrática.

Su labor -y su vida- tuvieron que superar grandes incomprensiones. Supo hacerlas frente con enorme inteligencia y extrema generosidad: como un soldado . En la mente de todos los españoles perdurará durante mucho tiempo la imagen que el capitán general Gutiérrez Mellado dio del Ejército español, la noche del 23 de febrero de 1981. Los golpistas no le hicieron caer al suelo. Su figura -pequeña y nerviosa- fue capaz de resumir en su resistencia física la enorme dignidad del Ejército, los valores de gallardía, entereza, firmeza y lealtad. Supo demostrar, en esos tensos minutos, que, frente a la sin razón de la fuerza, se puede oponer siempre, como éxito indudable, la fuerza de la razón. Fue una lección que no podrá olvidarse jamás.

Pienso que España y la democracia -y todos los que la servimos- tenemos con el capitán general Gutiérrez Mellado, con el marqués de Gutiérrez Mellado, una deuda de gratitud y de reconocimiento perdurable. Sólo la Historia, con su juicio, y Dios, en quien él creía, profundamente, que es dador de todo consuelo y reconocimiento podrán saldarla. En esa confianza entrañable ofrezco a su memoria mi reconocimiento y mi tremendo pesar por su desaparición que -estoy seguro- se une al de la inmensa mayoría de los españoles. Entre ellos, como uno más, quiero enviar al capitán general Manuel Gutiérrez Mellado, al marqués de Gutiérrez Mellado, al hombre entrañable que ha sido Manolo Gutiérrez Mellado mi adiós más emocionado y mi abrazo más fraterno.

Amigo Manolo, ¡que Dios te otorgue la recompensa que depara siempre a los hombres buenos, entregados, coherentes y leales!».