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Putin, sobre el doble filo de los Juegos de Sochi

El presidente ruso ha organizado la cita deportiva a mayor gloria personal, pero los riesgos de que muestre su perfil antidemocrático es alto

MADRID Actualizado: Guardar
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Ya mucho antes de su inauguración, los Juegos Olímpicos de invierno de Sochi han estado marcados por polémicas y elementos extradeportivos que difícilmente van a poder soslayar las autoridades rusas. Ojalá que, gracias al refuerzo militar y policial que ha blindado las sedes, no sea la amenaza de atentados que han lanzado los terroristas chechenos. Sin embargo, más difícil va a ser silenciar toda protesta o crítica pública contra el trato del Gobierno del presidente Putin hacia los homosexuales.

Ya en la víspera, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, se atrevió desde Sochi a denunciar los ataques a homosexuales: «Todos debemos alzar nuestras voces contra los ataques a lesbianas, gays, bisexuales y transexuales (…) debemos oponernos a los arrestos, encarcelamientos y restricciones discriminatorias que padecen». Ban no se refirió en concreto a la situación rusa, pero sus palabras no dejaron lugar a dudas de a qué se referían. Incluso una empresa tan temerosa en meterse en estas cuestiones polémicas como Google se atrevió a poner en su página de apertura la bandera arco iris en apoyo de los homosexuales. Mal presagio para Putin que debería prepararse para soportar protestas más audaces.

El mandatario ruso ha sido inequívoco en presentar estos Juegos como un espectacular escaparate de la ‘nueva Rusia’, su ‘nueva Rusia’. Como el magnate de ‘Parque Jurásico’ no ha reparado en gastos. La cita olímpica de Sochi ha marcado ya el récord de ser la más cara de la historia superando los 36.000 millones de euros, por encima incluso de los Juegos de Pekín de 2008. En esta escalada de gasto ha tenido un papel fundamental la corrupción que ha llegado a quintuplicar algunas construcciones.

Putin ha apostado fuerte con los Juegos para realzar esa imagen de grandeza recobrada de Rusia. Mientras, sigue empeñado en atar en corto a Ucrania y plantar cara a Occidente, ya sea a Estados Unidos o a la Unión Europea. Un proyecto que tiene mucho de sueño nostálgico y megalómano y que, como tantos sueños excesivos, puede acabar en pesadilla. Cualquier movimiento represivo en contra de eventuales manifestación o posturas críticas hacia el Kremlin durante los Juegos puede hacer emerger el perfil antidemocrático y autoritario del exagente del KGB.