El fútbol pierde a su 'Sabio'
Luis Aragonés fallece a los 75 años a causa de una leucemia
MADRID Actualizado: GuardarLlevaba sólo unos meses luchando casi en secreto contra la enfermedad y su familia no se imaginaba un desenlace tan rápido. El mundo del deporte se despertó este sábado sobrecogido por la noticia de la muerte de Luis Aragonés, una de las figuras más emblemáticas en la historia del fútbol español, un sabio que supo transformar el estilo de España, instauró el tiquitaca, relegó a un icono como Raúl en busca del bien común y acabó con todos los complejos de ‘La Roja’ hasta conducirla al cielo de Viena en esa final de la Eurocopa 2008. La fuerza teutona derrotada por la magia española y ese inolvidable gol del ‘Niño’ Torres.
«De esto no se retira nunca nadie. Jamás dije que dejaba el fútbol. Se han malinterpretado mis palabras. Si en algún momento llega una buena oferta, volveré a ponerme el chándal para entrenar». Hace menos de dos meses, el 5 de diciembre de 2013, la encendida figura de Luis Aragonés comenzaba a apagarse pero ni por asomo aceptaba, resignado, su final en los banquillos. El fútbol era el leitmotiv de este testarudo luchador, un padre primero y un «abuelito» después para sus jugadores, como diría el camerunés Samuel Eto’o, a quien agarró de la pechera en el Mallorca pero con el que mantuvo siempre una relación sincera y entrañable. Hasta el final, su nombre siempre apareció en las quinielas como posible sucesor de algún colega destituido.
«Ha sido la leucemia, el cáncer, el que se lo ha llevado. Era un hombre de una inteligencia natural, con ese sentido común enorme que no se estudia pero que te da la calle. Sabía buscar las cosas y dar en la tecla que otros no conocían al tratar con los grupos», detalló, con la voz entrecortada, el veterano traumatólogo Pedro Guillén, amigo íntimo de Luis y, a través de su Fundación, cabeza visible la Clínica Cemtro de Madrid, en la que Aragonés se marchó, a los 75 años, pasadas las seis de la mañana.
«Ha tenido recaídas y ha ingresado en los últimos dos meses varias veces debilitándose. Esa complicación se lo ha llevado tranquilo. Ha sufrido poco porque no ha sido muy largo, pero ha sufrido. En la clínica recibía su tratamiento», añadía el doctor y periodista improvisado. «Luis era un hombre que conocía al futbolista muy bien. Era un entrenador de pie de campo que sabía del deportista de élite como nadie», resumió Guillén, feliz porque hasta el final Luis vio cumplido su expreso deseo de que no se filtrase nada sobre su enfermedad.
Punto de inflexión
«Luis marcó el camino a España». Esa fue la frase más repetida a lo largo del día por todos aquellos que públicamente lloraron su pérdida. Le costó triunfar como seleccionador, ya que fracasó al caer en los octavos de final del Mundial de Alemania ante Francia en Hannover, pero impuso su ley. Desterró el estereotipo de la ‘Furia’ y convirtió a la selección en el Brasil del 70, versión moderna. Juntó alrededor del balón a los bajitos, dotados de una técnica extraordinaria. Figuras como Iker Casillas o Xavi han conocido a los mejores preparadores, pero siempre se quedan con el ‘Zapatones’, con el ‘Sabio de Hortaleza’.
Los campeones le homenajearon cuando, ya con Del Bosque al frente, la selección recibió el Premio Príncipe de Asturias tras conquistar el Mundial de Sudáfrica. Sólo sabía que no sabía nada, pero Luis tenía el «culo pelao», no le cabía «ni el bigote de una gamba» y miraba a los ojitos a todos sus discípulos para persuadirlos. Reclamó una gran sentada del fútbol español en torno a la selección e hizo piña con sus futbolistas, muertos de risa cuando al alemán Ballack le llamaba Wallace o en las conferencias de prensa seguía considerando yugoslavos a todos los balcánicos o rusos a todos los combinados exsoviéticos. Los periodistas extranjeros se indignaban al escuchar estas «provocaciones».
Luis incluso estuvo a punto de crear un conflicto diplomático con el Reino Unido por referirse a Henry como «negro de mierda» y, tras recibir reproches unánimes, recordar la persecución racista en las colonias. Presumía de tener amigos negros, pero le servía todo con tal de motivar al singular José Antonio Reyes. Sufrió depresiones, bruscos cambios de ánimo, y problemas relacionados con el juego, pero los futbolistas le adoraban.
Paradojas de la vida, o del cruel destino, murió en el mismo hospital en el que falleció, el 14 de mayo de 2004, Jesús Gil, presidente del Atlético de Madrid, al que zarandeó por sus tejemanejes. No soportaba los desmanes del mandamás, pero aceptó el reto de rescatar al club rojiblanco del ‘infierno’ y devolverlo a la máxima categoría. Aunque de niño ingresó en el Real Madrid, el Atlético se convirtió en el club de su vida, donde destacó como jugador durante los años 60 y 70, disputó 360 partidos en Primera División y marcó 360 goles. Conquistó tres Ligas y dos Copas de España.
A pesar de ser un centrocampista lento, pero con visión y llegada, conquistó el Trofeo Pichichi, compartido con Amancio y Gárate, con sólo 16 goles, una cifra irrisoria en el presente para Messi o Cristiano Ronaldo. Fumador empedernido, Luis no destacaba precisamente por la «condición física de base», pero sí se mostraba infalible en la ejecución de golpes francos y penaltis.
Castizo puro del barrio de Hortaleza, bromista en el cara a cara, socarrón y maestro en el arte de contar anécdotas picantes del mundillo de la farándula, a Luis le faltaba mano izquierda para manejar el entorno pero le sobraba corazón. No soportaba la agonía de un club histórico al que casi hizo campeón de Europa en 1974 con ese antológico gol de falta directa ante el Bayern de Múnich, en la prórroga de la final de Heysel, que en el último suspiro neutralizó aquel lejanísimo disparo del impronunciable Schwarzenbeck que se comió Miguel Reina, el padre de Pepe. Dos días después, en el partido de desempate, los bávaros arrasaron a los colchoneros por 4-0. Nacía la leyenda del ‘Pupas’ y Luis lamentó para siempre no haberle dado un beso a algún alemán para que se volvieran locos y acabase el partido. Luis marcó un hito en España al pasar del césped a los banquillos en cuestión de horas. Su estreno no pudo ser más brillante, ya que condujo al Atlético a la conquista de la Copa Intercontinental, a cuya participación había renunciado el Bayern, frente al Independiente. Dirigió a los del Manzanares en cuatro épocas diferentes, en las que además ganó una Liga, tres Copas de España y una Supercopa, y también recorrió los banquillos de Betis, Barcelona, Espanyol, Sevilla, Valencia, Oviedo y Mallorca antes de ser elegido seleccionador nacional en 2004, como sustituto de Iñaki Sáez. Su último destino fue el Fenerbahce turco.
Amotinado
Corta pero entrañable historia al frente del club azulgrana, donde ganó una Copa y participó activamente en el ‘motín del Hesperia’ del que el año pasado se cumplió un cuarto de siglo. Catorce futbolistas despedidos de una plantilla de 26 y la salida del primer entrenador tras enfrentarse al presidente José Luis Núñez por negarse a asumir los impuestos y las multas de Hacienda. Con Luis de estandarte, siempre al lado de los jugadores y enfrentado al poder establecido, acabó uno de los episodios más tristes en la historia del Barça.
Ecléctico en su método, trasladó como un maestro al campo su idea de que en el fútbol caben muchos sistemas. Su ‘Atleti’ fue un prodigio del contragolpe y su ‘Roja’ una maravilla del fútbol control. ¿Estilo? «Hay que saber jugar en cada momento, con independencia del sistema. El fútbol cambia mucho en hora y media. Hay fases donde se puede jugar muy bien, otras en las que hay que tener la pelota y algunas en las que hay que defender de forma expeditiva y sacarla como sea», contaba en una entrevista a Colpisa. ¿El líder? «Es una mentira, no existe. Es como el empollón, una figura odiada por todo el mundo. No se trata de que uno lleve al resto, sino de tener bien cubiertos los pasillos de seguridad». Lo dijo un genio que sólo quería «ganar, ganar y volver a ganar».