Susan Sontag en el confesionario
El segundo tomo de los diarios íntimos de la escritora ilustra sus años de madurez y la relación tortuosa con su madre
MADRID Actualizado: GuardarPocas cosas había que no suscitaran la atención de la estadounidense Susan Sontag (1933-2004). Su faceta de novelista no le impidió dedicarse al periodismo, el cine, el teatro, el ensayo y la reflexión política, actividades que no le quitaron energía para entregarse al activismo y la lucha feminista. Sus invectivas contra las guerras de Vietnam y de Irak le granjearon la enemistad de los dirigentes de su país, que la tacharon de antipatriota. Diez años después de su muerte, su hijo David Rieff, procura que el legado de su madre siga vivo. Él es quien ha editado el segundo tomo de los diarios de la escritora, ‘La conciencia uncida a la carne’ (Random House), que abarcan su periodo de madurez. El libro se ocupa de los años que van 1964 a 1980, etapa en la que la intelectual se divorcia de su marido, Philipp Rieff (con quien se casó a los diez de días conocerle), asume su bisexualidad y fija su residencia en Nueva York para hacerse un hueco en las letras norteamericanas.
Sontag nunca se planteó escribir su autobiografía. Los diarios que ahora se publican no están pensados para que vieran la luz. La escritura es rápida e inconexa. No obstante, esas anotaciones, urgentes y deslavazadas, son imprescindibles para hacerse una idea cabal del pensamiento y la vida de la escritora, así como de las obsesiones que la esclavizaron. Llama la atención comprobar cómo la figura de su madre, Mildred Rosenblatt –una mujer de turbadora belleza pero devastada por el alcohol- obsesiona a la autora de ‘La enfermedad y sus metáforas’. Rosenblatt, con su desafecto y desdén hacia sus hijas, indujo a que la pequeña Susan compitiera descarnadamente con su hermana por ganarse el amor de su madre. Rosenblatt nunca dejó de mostrarse como una contumaz narcisista y de alimentar conductas morbosas. “Una de las cosas que sentí que complacía a mi madre era la admiración erótica. Jugaba a coquetear conmigo, a excitarme; yo jugaba a que me excitaba”, escribe Sontag, torturada siempre por la convicción de que no “gustaba” a su madre. A fuerza de cuidar de ella en su lecho de muerte, se convirtió sin quererlo en “madre de su madre”.
Albacea literario
Seguramente por ese abandono y esa ausencia de cariño la escritora se vio abocada a buscar el amor casi con desesperación. A los 17 años contrajo matrimonio con su profesor, el sociólogo Philipp Rieff, con quien tuvo su único hijo, David, convertido ahora en su albacea literario y guardián de su memoria, aparte de ser un brillante periodista y escritor de ensayos. Curiosamente, Susan Sontag privó a su hijo de parecidas cosas que ella había sufrido con su madre. Como su progenitora no la amamantó, la escritora tampoco dio el pecho a su hijo.
Sontag trató de suturar las heridas infligidas por su madre con la cultura. Libros, películas, canciones y filosofía pueblan el vacío que le dejó una madre ausente y aparecen de forma recurrente en las páginas de los diarios.
Y en medio de todo ocupa un lugar destacado la política. Simpatizante del comunismo, acabó decepcionada con el socialismo real y sus promesas emancipadoras, sobre todo después de ver lo que lo ocurría en China, Cuba o la URSS. “La URSS no es el caso de una revolución que fracasó, sino el de una revolución totalitaria que triunfó”, dice de manera lapidaria.