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Muere un hombre que veló a su esposa fallecida durante 20 años
Se trata de un argentino afincado en Boston que acudía diariamente desde 1993 al cementerio para acompañar a su pareja
MADRID Actualizado: GuardarHace algunos años, el peculiar relato de un argentino afincado en Estados Unidos recorrió las páginas de medios de todo el mundo. Un redactor del 'The Boston Globe' descubrió que un hombre, ya anciano, acudía diariamente a velar la tumba de su difunta esposa en el cementerio St. Joseph. Los 84 años con que contaba entonces no le impedían desplazarse cada mañana al camposanto para acompañar a su pareja, fallecida en 1993. Desde el pasado 22 de enero, Roque Abalsamo descansa sin interrupción junto a su adorada Julita. Una insuficiencia respiratoria terminó con su vida a los 97 años.
El relato de Rocky se convirtió en un auténtico fenómeno social. Cuando la prensa se hizo eco, llevaba siete años aguardando cada mañana a las puertas de St. Joseph, ajeno a las impertinencias del tiempo y al rutinario devenir de una gran ciudad. Aunque agradecía que curiosos y románticos le acompañaran de forma cada vez más habitual, Abalsamo insistía en que sólo quería estar cerca de su esposa.
El fallecimiento de Julia, al complicarse una operación cardíaca, no era un obstáculo para seguir compartiendo los días como había hecho desde que se cruzaran en un café de Buenos Aires una tarde de verano de 1937. "Hablaba con unos amigos sobre el alma, la vida, la bondad. Me enamoré al instante", confesaba en una entrevista. La primavera siguiente pasaron por el altar y nunca más volvieron a separarse. En 1971 siguieron a sus dos hijos, Ángela y Roque Jr., en su aventura hacia la 'tierra de las oportunidades'. Un año después ya vivían en Boston.
La devoción de Rocky hacia quien fue su compañera durante más de medio siglo le llevó a inscribir su nombre y su fecha de nacimiento en su lápida. En señal de respeto, apenas comía o bebía durante las largas jornadas que pasaba allí. Tan solo se permitía alguna licencia para celebrar el cumpleaños de Julita cada 20 de diciembre con una copa de sidra y un viejo cassette con canciones de cuna que ambos grabaron cuando sus hijos eran pequeños. El empeoramiento de su salud y la muerte de su hijo en 2005 empezaron a torpedear la romántica peregrinación. La última visita a St. Joseph fue en julio. Sabedor de su inminente destino, hizo prometer a Ángela que sería enterrado en el nicho contiguo. Allí reposarán juntos para siempre.