Adiós al jefe de 'La tribu'
Leguineche se va con dos estandartes bien enhiestos: el de maestro de periodistas y el de su insobornable independencia
Actualizado: GuardarManu Leguineche se merecería hoy todos los elogios tópicos de los que él tanto abominaba. Las frases más gastadas de las necrológicas, casi nunca ciertas, adquieren sin embargo en este caso un contenido hondo y veraz. Porque el viejo jefe de la tribu -'La Tribu' fue un curioso libro de 1980 en que el impenitente cronista, que acudió a Guinea Ecuatorial para informar del golpe contra Macías, relataba el mundillo de los reporteros- se va con dos estandartes bien enhiestos: el de maestro de periodistas y el de su insobornable independencia.
Pero antes de glosar estos aspectos centrales del amigo que acaba de marcharse, hay que detenerse en el ser humano, porque Manu fue el personaje más acogedor y de más franca y abierta bonhomía que uno ha conocido. Amigo de sus amigos, leal hasta la abnegación a quienes merecimos su confianza, derrochó su expresividad con generoso desprendimiento, siempre dando a sus andanzas aquel calor de humanidad que llenaba todos los recovecos de las relaciones humanas.
Manu, vasco de pura cepa, cazador empedernido -muchos años compartimos aquel coto fecundo de Aldeanueva de Barbarroya, con Javier Reverte, con Julio, con Enrique-, fue sobre todo forjador de periodistas. No sólo porque fundó Colpisa, aquella agencia de noticias que relató mejor que nadie la transición y que hoy todavía alardea del prestigio que le dejó para siempre su primer periodista, sino porque dio la lección magistral y de primera mano acerca de en qué consiste esta profesión apasionante. 'El camino más corto', libro de 1978, generó más vocaciones periodísticas que cualquier otro hito de la España gris que asomaba curioso a la libertad desde la dictadura.
Manu, que comenzó sus andanzas de la mano de Miguel Delibes en 'El Norte de Castilla', vio pronto que su inquietud y su horizonte quedaban irremediablemente limitados en la España gris del franquismo y optó por abatir fronteras y apuntarse al soberbio oficio de corresponsal. Vietnam le curtió definitivamente, y desde entonces visitó todas las guerras y las narró con una maestría inigualable. Poco a poco, fue plasmando en libros memorables todo el acontecer global que lo rodeaba y que cubrió con su inigualable perspicacia. Tiene libros espléndidos sobre el islamismo, las guerras de Yugoslavia, la emancipación de Hong Kong, Gibraltar, la Segunda Guerra Mundial…
Su personalidad compleja destacó sin embargo por un rasgo que llevó al paroxismo en el ejercicio de la profesión y en la vida: la independencia. Ya en la madurez, recibió muchos galardones pero nunca se plegó a una disciplina ni aceptó una consigna. Pudo haber dirigido los grandes diarios de este país, recibió toda clase de ofertas de los grupos de comunicación… Y, sin embargo, tras abandonar Colpisa, prefirió refugiarse en su pequeña agencia de noticias -primero Lid, después Fax Press- para contar el mundo a su manera y no depender de humores ajenos. En un país en que la adulación ha sido siempre antesala de la corrupción, Manu fue siempre insobornable, no con soberbia sino con esa naturalidad espontánea de quien ha dominado la propia ambición y se conforma con la paz de conciencia.
Manu, cansado y enfermo, se dejó decaer desde hace años en su retiro alcarreño. Tras vivir un tiempo en una remota finca rústica, compró a buen precio la Torre de los Gramáticos de Brihuega, un bastión medieval hermosísimo junto a la vega del Tajuña alejado de todas partes, y allí administró a su antojo ese adiós tempranero que muchos esperábamos sin saber cómo atajarlo o al menos retrasarlo. Por encima de todo, Manu fue un hombre bueno y un poeta antiguo: quien lo dude, que lea 'La felicidad de la tierra', un bellísimo relato surgido de la profundidad de su alma ensimismada en la hermosa tierra de Guadalajara.