Tres de Jerez en Laponia
Ana, Paula y Pepe son los únicos españoles de Arvidsjaur, un pueblo sueco a cien kilómetros del Ártico, rodeado de lagos y donde abundan renos, alces y… ¡osos!
MADRID Actualizado: GuardarEstán un italiano, un francés y un inglés en el Polo Norte… Lo de estos tres jerezanos en un remoto pueblo de la Laponia sueca llamado Arvidsjaur también podría sonar a chiste. O mejor, a chirigota. Frío, frío. Estamos ante una realidad que derrocha frescura se mire por donde se mire. Por la espontaneidad de sus protagonistas, Ana (28 años), Paula (27) y Pepe (28); por los curiosos episodios que les ha tocado vivir como extranjeros en aquellas extrañas latitudes; y por aquello, claro, de resignarse a la crudeza de un invierno largo y oscuro, de vientos polares, nieve en cantidades asombrosas y temperaturas que rozan los 30 grados bajo cero.
Ana, Paula y Pepe son nuestros tres jerezanos en Laponia. No habrá muchos más por esos reinos boreales. Desde luego, ninguno más en Arvidsjaur, un pueblo de cinco mil almas en la provincia sueca de Norrbotten, a una hora en coche del Círculo Polar Ártico. Está enclavado dentro de lo que se considera la vasta región de Laponia, el hogar de Papa Noel, que abarca zonas de Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia, si bien la tradición sitúa al viejo Nicolás y sus renos voladores en Rovaniemi, en la zona finlandesa.
Un buen día del pasado mes de septiembre estos tres jóvenes de Jerez de la Frontera (los tres licenciados universitarios) decidieron poner el mapa de Europa patas arriba y en cierto modo hacerlo también con la brújula de sus vidas. Marcharon de una punta del continente a la otra; del Estrecho de Gibraltar a la frontera de hielo del Ártico. Cambiaron los cielos azules y luminosos de su tacita atlántica por la oscuridad septentrional, el jaleo latino por el hermetismo escandinavo, el entorno cercano y familiar por el territorio desconocido, el calor del hogar por el más frío de los destierros… Iniciaron un viaje físico y sentimental empujados por el anhelo de buscar su oportunidad lejos del páramo laboral que es hoy Cádiz, Andalucía y España.
“Somos titulados universitarios, hemos hecho cursos y masters complementarios y hablamos idiomas, pero en España no nos salía nada, así que nos vinimos aquí con una beca Leonardo Da Vinci, un programa europeo que fomenta la formación profesional en el extranjero”, cuentan desde la sencilla salita de su casita sueca, la típica construcción roja de madera que se erige frente a un idílico lago, a cinco mil kilómetros del terruño gaditano.
500 euros al mes
Pepe, que ha estudiado Arquitectura Técnica, anda en Arvidsjaur de asistente de profesor, montando talleres con escolares y echando una mano en las clases de español; Ana estudió Turismo y trabaja en la oficina de turismo local en tareas de gestión y elaborando los folletos en inglés. Por allí también está Paula, licenciada en Publicidad y Relaciones Públicas, que presta ayuda en la oficina de atención al público, traduce textos turísticos al español y se ofrece como fotógrafa para promocionar todo tipo de empresas. Las dos chicas comparten, además, un prometedor blog desde el que divulgan la riqueza natural de ese rincón de Suecia con lagos espectaculares, pesca, paseo a trineo, senderismo por bosques infinitos, observación de animales…
Aunque no era su especialidad, los tres se han doctorado en ‘finanzas’. Su beca de 500 euros les obliga a esos malabarismos económicos que tan bien conocen los jóvenes españoles que se forman lejos de casa. “La vida aquí es cara, el sueldo mínimo en un puesto corrientito es de dos mil euros netos… así que imagínate”. Por eso tiran bastante de pucheros (de España se subieron lentejas y garbanzos) y de la socorrida pasta, imprescindible en cualquier menú low cost que se precie. También han probado el plato local por excelencia; el reno. “Es como la carne mechada, pero dicen que el alce está mejor”.
El sol y salir por la noche
Como los 500 euros hay que estirarlos todo el mes, apenas recurren al transporte público. “Antes de que llegara la nieve, íbamos en bicicleta y ahora andando… lo que se convierte en una pesadilla cuando el viento te azota la cara a 20 grados bajo cero”. El frío incomoda, pero llevan mucho peor la falta de luz. Estos días que coinciden con el solsticio de invierno, el sol (por decir algo) sale pasadas las diez de la mañana, y a la una del mediodía ya es noche cerrada. “A veces miramos el reloj pensando que son las nueve de la noche y son las cinco de la tarde, es un poco desesperante. Para nosotros que somos del sur, el sol es esencial, más de lo que pensábamos antes de llegar aquí”.
Lo de salir de bares ni se lo plantean. Es un lujo: seis euros por una copa de vino, ocho por una pinta de cerveza, quince por entrar en la discoteca… “Así que nuestro plan del sábado por la noche es quedarnos en casa y hacer vida allí. Además, no es fácil integrarse con los suecos en su grupo de amigos, sobre todo si no sabes el idioma, y nosotros solo manejamos palabras sueltas y expresiones básicas”. Los lugareños, cuentan, son bastante tímidos, “pero si logras algo de confianza con ellos, resultan muy cercanos y cariñosos”.
Nuestros jerezanos, que llevan en el ADN la bendita improvisación española, no dejan de sorprenderse con el modo de vida ‘slow’ de los lapones, gente sin estrés, a los que les agobia el más pequeño de los contratiempos, y que flipan con los rasgos exóticos de las andaluzas (hay samis, pero la mayoría son los clásicos rubiales) a las que escudriñan cada vez que ponen un pie en una calle de Arvidsjaur. “Todo el pueblo sabe absolutamente todos los movimientos de cada vecino (incluidos nosotros), dónde van, con quién hablan, qué han comprado… Es increíble”.
Cercanos a los 30, Ana, Paula y Pepe lamentan que con sus titulaciones y su currículum tengan que seguir formándose como becarios, cuando a esa edad en Laponia, los jóvenes llevan años en el mercado laboral e independizados. “La mayoría de la gente de nuestra edad aquí están casados y tienen hijos. Les extraña que nosotros no tengamos esa estabilidad. Sentimos mucha pena por lo que está pasando en España, una situación que desde fuera se ve como una tragedia”. Y eso no suena a chiste.