Alfonso Armada, el último golpista
La figura del exgeneral sigue siendo tenebrosa y poco clara a pesar de las numerosas investigaciones judiciales y periodísticas sobre el 23-F
MADRID Actualizado: GuardarLa muerte del general Alfonso Armada a la provecta edad de 93 años evoca inevitablemente el 23 de febrero de 1981 y las jornadas aciagas de después, cuando fue preciso desactivar las tramas golpistas y juzgar a los principales responsables.
Condenado a 30 años de prisión por su participación en el golpe e indultado en 1988 por razones de salud después de que acatara la Constitución, su figura sigue siendo tenebrosa y poco clara a pesar de las numerosas investigaciones judiciales y periodísticas sobre el caso y de sus propias memorias exculpatorias. En síntesis, Armada, un personaje my ambicioso, protagonizó una línea golpista –el golpe blando- que confluyó con la cuartelada de Tejero –el golpe duro- tramado por un grupo de generales con Miláns del Bosch a la cabeza.
La última etapa de la presidencia de Adolfo Suárez, antes de que éste anunciara su dimisión irrevocable a principios de 1981, fueron muy convulsos en este país, con el ejército soliviantado por la apertura democrática y el terrorismo, y diversos grupos civiles alentando la interrupción del proceso democratizador. En aquel clima, Armada, que había sido preceptor, hombre de confianza y secretario del Rey durante muchos años –cargo del que tuvo que dimitir por diversos incidentes políticos que comprometían al Monarca-, negoció secretamente con diversos líderes políticos una solución heterodoxa, una especie de gobierno de concentración que tomara las riendas del país. Valiéndose de su relación con el Rey, se hizo nombrar segundo jefe del Estado Mayor del Ejército precisamente el 12 de febrero de aquel año. Y cuando Tejero tomó el Congreso, con la evidente intención de subvertir el orden constitucional, Armada pretendió llevar a cabo su designio y se ofreció al jefe de Estado Mayor, general Gabeiras, para entrar en la Cámara y resolver el conflicto, supuestamente haciéndose investir como presidente del Gobierno. Se ha especulado con que él era el ‘elefante blanco’ que hubiera debido ponerse al frente de los amotinados para ocupar el poder.
Tejero, perplejo ante aquellas pretensiones que no conocía, le negó el paso, probablemente después de haber consultado con Miláns, disconforme con que en el gobierno golpista entraran civiles, y su intentona se frustró, pero su vinculación con el movimiento golpista quedó patente, por lo que fue inculpado y posteriormente condenado.
Al salir de prisión, Armada se retiró a su pazo gallego sin que se le haya conocido militancia alguna. Su muerte es el último ajuste de cuentas con la historia de un personaje decimonónico, el último militar golpista de este país, que se equivocó de siglo y cerró histriónicamente la penosa tradición española de injerencia del poder militar en la gobernación del Estado.