Imagen de una de las viñetas
LIBROS

La enciclopedia de la oficina

Un aumento de sueldo, una reunión de trabajo o una llamada insistente... Un libro repasa las mejores viñetas del New Yorker sobre las situaciones más rocambolescas que uno se encuentra en el trabajo

MADRID Actualizado: Guardar
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Ocho horas al día (o más). Cinco días a la semana. A excepción de los más afortunados, los que viven de las rentas o de un golpe de suerte, la mayoría de la humanidad gasta un tercio de su vida pegado a sus obligaciones laborales. Un tiempo en el que la oficina se convierte en una especie de segunda casa, un escenario de teatro donde cada jornada puede acabar convirtiéndose en una amalgama de situaciones rocambolescas y respuestas estrambóticas que pueden generar la máxima de las sonrisas.

Jean-Loup Chiflet es un veterano editor, periodista y escritor que cuenta en su currículum con un generoso listado de publicaciones, doce de ellas antologías de viñetas del New Yorker. Ahora vuelve a bucear en los archivos de la prestigiosa publicación norteamericana para componer las caras de la 'Oficina en The New Yorker' (Libros del Asteroide, 2013), una recopilación de 300 viñetas que exhuma humor inteligente e ironía por los cuatro costados para convertirse en una obra de referencia sobre ese mundo habitado por oficinistas, secretarias y, por supuesto, jefes. "Todo lo que habría podido oír o ver en algunas oficinas si hubiese sido imposible", escribe el responsable de la selección de la publicación sobre el título con el que le habría gustado bautizar a este singular modelo. Pero va más allá. "Todo lo que me habría gustado decir o hacer en el transcurso de mi vida laboral si no tuviese miedo a ser despedido", remacha.

Quién sabe si a Chiflet le hubiese gustado llegar ataviado un día a la oficina tan solo con el taparrabos de Tarzán y haber espetado a la telefonista de la entrada que llamase a Jane, como en el desternillante dibujo firmado por Robert Leigthon. O haber respondido a un interlocutor insistente que su superior no tiene ninguna intención de hablar "con alguien que ha permanecido tanto tiempo en espera", como en la situación creada por el lápiz de Leo Cullum.

Más de uno se sentirá identificado con la sección dedicada a 'El Lunes por la mañana' en la que se recogen en estampas tan delirantes en las que una esposa despide a su marido, que bien podría ser un tiburón de Wall Street desde el porche de casa, pidiéndole por favor que "no haga prisioneros". Desde el comienzo de semana, tan aterrador para algunos, hasta la exagerada alegría de otros cuando llega el fin de semana, esta volumen repasa desde la angustia a la hora de pedir un ascenso de sueldo o de afrontar una entrevista, hasta los despidos o la vuelta a casa, pasando por sesudos análisis de los ratos que comparten los compañeros en la hora de la comida o los conflictos laborales.

'La oficina en The New Yorker' es un brillante compendio humorístico que no está pensado para el trabajador raso, de los que exprimen la nómina hasta el último día de mes. Es una joya que desatará la carcajada de oficinistas hasta jefes. Y es que 'el arte de la dirección' también tiene un importante espacio en este libro con un generoso puñado de ilustraciones dedicadas a las reuniones o los encuentros en despachos, encuentros de negocios o una radiografía excepcional de los llamados 'workaholics'. "Cuando dije que no quería una panda de si-a-todo no quise decir que quisiera una panda de no-a-todo", responde un directivo a los compañeros que le acompañan en una mesa.

En definitiva, este libro compone un brillante atlas de la oficina en donde el humor, como bien dice Chillet, no se queda en un compendio de chistes malos en la máquina de café.