Franz Kain, escritor alemán
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Un criminal de guerra nazi en la montaña

Franz Kain describe en el relato 'El camino al lago desierto' la huida de un jerarca del Tercer Reich por cumbres nevadas

MADRID Actualizado: Guardar
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Cuando el Tercer Reich estaba próximo a naufragar, hubo algunos jerarcas nazis que confiaban todavía en que el nuevo régimen por venir estuviera necesitado de dirigentes del pasado, de técnicos y cuadros baqueteados en el gobierno. A esa esperanza se encomendaron algunos criminales de guerra. Fue el caso de Ernst Kaltenbrunner, mano derecha de Himmler y condenado a muerte en los juicios de Núremberg. Kaltenbrunner, director del siniestro Departamento Central de Seguridad del Reich, acarició ese sueño.

El subordinado de Himmler pensaba que el miedo al comunismo de los aliados sería mayor que la sed de justicia. En un ejercicio de memoria y literatura, el escritor alemán Franz Kain concibió una ficción para recrear los pensamientos que pasaban por la cabeza del nazi austriaco cuando el hundimiento germano era inminente. Fue fiel a la historia y los datos disponibles. El acierto de Kain consiste en imaginar qué pudo ocurrirle al dirigente nacional-socialista en unos días en que se jugó su destino, en un escenario que el escritor y periodista conocía muy bien. Lo importante es que de esa reconstrucción literaria nació un relato de belleza densa, una historia terrible que se resume en ‘El camino al lago desierto’ (Periférica).

Kain narra las peripecias de Kaltenbrunner cuando acomete una huida audaz y desesperada. El criminal de guerra marcha a la Totes Gebirge, las Montañas Muertas, un escondite en teoría perfecto para sustraerse a las represalias de los vencedores. Esa escapada para dejar pasar el “temporal”, a la espera de tiempos mejores, es contada en pocas páginas en esta ‘nouvelle’ de una manera intensa y lírica, con una prosa en la que se imbrican de manera inextricable historia y naturaleza.

De espíritu aristocrático y porte impecable, Kaltenbrunner era un nazi persuadido de las bondades del régimen que llevó al exterminio a millones de judíos. Ello no obstaba para que a la par fuera un hombre culto y refinado. El oscuro personaje, un abogado austriaco de buena cuna, se justificaba a sí mismo apelando a obligación de acatar las órdenes que venían de la jerarquía, aunque él mismo perteneciera a la cúspide de esa maquinaria del terror que fue el nazismo. No se consideraba un criminal despiadado, sino un hombre que se compadece del judío sediento y que incluso se permite ser magnánimo ante el apestado.

Mientras asciende por la cumbre, precedido por un guía y dos acompañantes hacia la cabaña en que pretende encontrar cobijo, se van sucediendo el final del invierno y los cambios de estaciones. Atrás dejan crestas y lomas, las acechanzas del frío y la nieve. En la descripción de un paisaje hermoso y vasto Kain muestra su destreza narrativa. El escritor también da prueba de su talento cuando inventa las reflexiones de un asesino reacio a mancharse las manos con sangre. Lo suyo es la planificación burocrática de las matanzas. Él es un gestor del exterminio.

El protagonista va hilvanando planes y razonamientos, como las diferencias entre el término de la Gran Guerra y el fin del enfrentamiento entre Hitler y las potencias aliadas. Otras veces sus meditaciones son inherentes a su frialdad criminal, como analizar cuál era el mejor emplazamiento para el campo de concentración de Mauthasen. “Cada campo es mi castillo, era su lema, y como tal había de situarse en una elevación del terreno ¡para que tuvieran una bella vista en sus visitas e inspecciones!», dice para sí el protagonista.

El relato prescinde de lo que acontece a los acompañantes de Kaltenbrunner y profundiza en la mente del protagonista, que para nada se arrepiente de sus atrocidades. Para reflejar la vida interior de este personaje, Kain, un escritor realista, no recurre al fluir de la conciencia que cultivaron Joyce o Broch. El novelista acude a métodos más tradicionales, y no por ello ese discurrir de la mente se presenta de forma menos verosímil.

Franz Kain (1922-1997) militó en el Partido Comunista austriaco, circunstancia que produjo su marginación literaria en su país natal. Durante la Segunda Guerra Mundial fue primero detenido por la Gestapo y más tarde hecho prisionero por las tropas estadounidenses hasta 1946. Tras la guerra fue corresponsal en la desaparecida República Democrática Alemana, donde conoció a Bertolt Brecht y Anna Seghers. Autor de cuatro novelas y una treintena de relatos, ‘El camino al lago desierto’ es su obra más conocida.