El secretario de Estado de EE UU, John Kerry, a su llegada al aeropuerto internacional de Ginebra (Suiza). / Efe
PLANES NUCLEARES de TEHERAN

Un primer acuerdo

El grupo 5+1 protagoniza una cumbre histórica sobre el programa nuclear iraní

MADRID Actualizado: Guardar
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Aunque descrito formalmente como un “acuerdo temporal” (seis meses) y una especie de prueba y cata de la genuina voluntad iraní en materia nuclear, el acuerdo alcanzado en Ginebra por Irán y la comunidad internacional es un hecho trascendente y podría alterar fuertemente el statu quo estratégico en el conjunto de Oriente Medio.

Las buenas perspectivas que dejó la reunión de mediados de octubre también en Ginebra y, sobre todo, el hecho de que los dos últimos días de ese mes se reunieran allí técnicos de ambas partes en asuntos industriales, comerciales, bancarios y financieros (con el fondo del programa de sanciones vigente sobre la mesa) indicaron que algo estaba progresando.

La agencia oficial iraní de noticias, FARS, siguió al minuto los progresos y la guinda de la puesta en escena del acuerdo llegó cuando, uno tras otro y, obviamente, tras haber acordado la operación los ministros de Exteriores de los Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Alemania se presentaron de improviso en Ginebra. Que Johh Kerry hiciera el desplazamiento desde Israel – donde concluía dos días de conversaciones inútiles con Benjamin Netanyahu sobre la cuestión palestina – indicó que todo estaba listo.

Un acuerdo por fases

Es curioso que hubiera trascendido ya a mediados de octubre que, pensando de modo práctico, las partes hubieran aceptado centrarse solo en la primera fase de un acuerdo sobre un asunto tan complejo: ahora está claro que las concesiones mutuas por seis meses son el mecanismo de una atmósfera de confianza que, eventualmente, será de naturaleza más política.

Durante esta primera fase, en resumen, el “G-5+1” (los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad más Alemania) acepta levantar parcialmente las sanciones comerciales y, sobre todo, financieras que están ahogando la economía iraní.

En concreto, Irán podrá volver parcialmente a utilizar el SWIFT, el imprescindible mecanismo mundial de intercomunicación bancaria con sede en un arrabal de Bruselas. Y, a cambio, el país congelaría el enriquecimiento de uranio al 20 por ciento y detendría los trabajos en la central de Arak, donde sostiene un avanzado programa con reactores de agua pesada.

Naturalmente, la Agencia Internacional de Energía Atómica jugará el indispensable papel de inspección sin trabas que exige el “G-5+1” y es seguro que su director general, Yukiya Amano, visitará de inmediato Teheran, aceptando una invitación del jefe de la agencia iraní de energía atómica, Alí Ajbar Salehi.

El nuevo escenario geopolítico

Lo sucedido es resultado obvio de la victoria del reformista y pragmático Hasan Ruhaní en la elección presidencial de junio en Irán. No ha podido darse más prisa si se recuerda que ejerce la presidencia desde el tres de agosto y su dinamismo y aparente facilidad para proponer los cambios que el G-5 esperaba son resultado del hecho capital de que ha sabido obtener el respaldo explícito del Guía del régimen iraní, el ayatollah Alí Jamenei.

Este es un dato capital porque autoriza a suponer que lo sucedido es solo el comienzo de un proceso largo que dispone, además, de fuerte respaldo social y por el que el régimen revolucionario podría reordenar por completo el escenario geopolítico regional del que ahora es ya un actor indispensable.

Irán, a través del potente Hezbollah libanés, juega un papel clave en Siria, donde, con Rusia y, en tono menor, Iraq, ha ayudado al presidente al-Assad en su semivictoria militar sobre la rebelión. Ha condenado el golpe en Egipto, su influencia en Iraq es creciente y los países sunníes del Golfo, con Arabia Saudí en cabeza, ven todo esto con aprensión indisimulada. Hay que indicar, en fin, que el Irán shií es un adversario resuelto de al-Qaeda, el enemigo principal de los Estados Unidos, una condición que Washington no puede ignorar.

Y, en Israel, en fin, toman lo sucedido como un error épico de Washington. De modo inusualmente crudo el primer ministro Netanyahu pidió a John Kerry que no firmara el acuerdo y la decisión de Washington de optar abiertamente por la vía negociadora y no por la militar, es una derrota para la línea dura israelí. Ayer la prensa en Israel preveía una “furiosa tormenta diplomática” con los Estados Unidos y la Casa Blanca, incómoda con la descalificación israelí del acuerdo, describía secamente la crítica israelí como “prematura”.