Las 'ñatitas' hacen furor en Bolivia
La adoración de cráneos ya se practicaba en la cultura prehispánica de Tiahuanaco
LA PAZ Actualizado: GuardarLa fiesta dedicada a la veneración de las calaveras, las llamadas "Ñatitas", va ganando devotos de forma notoria en La Paz, donde gentes de toda clase social abarrotaron el cementerio participando en ritos con alcohol, hojas de coca, comida y bandas de música.
La adoración a las calaveras ya se practicaba en la cultura prehispánica de Tiahuanaco, donde los cráneos de la gente querida y los antepasados se consideraban fuentes de poder que daban protección a las personas, las familias y las comunidades, según las investigaciones de los arqueólogos. Los creyentes de este culto siguen hoy acumulando calaveras por la misma razón, pero ya no son solo indígenas aimaras o gente pobre, sino también mestizos, blancos y con educación universitaria, todos presumiendo de tener uno o varios cráneos como parte de la familia.
El ambiente festivo en el cementerio de La Paz, situado en un barrio populoso, y la presencia masiva de personas, entre ellas niños, mujeres embarazadas, ancianos y jóvenes universitarios, aleja por completo la sensación de estar en un acto vinculado a la muerte.
Nadie que esté ahí acepta que se trate de una ceremonia macabra, menos aún cuando las "Ñatitas", como se llama a las calaveras por ser chatas o sin nariz, no son anónimas, sino que han sido bautizadas con nombres familiares, muchos puestos en diminutivo. "Horacio", "Cirilo", "Juanito", "Anita" y "Rosa" son algunos de los cráneos que estuvieron hoy en el cementerio en urnas, adornados con lentes oscuros, sombreros o gorras de lana y con dientes reconstruidos.
Muchas calaveras pertenecieron a abuelos o padres y por eso también llevan apellidos, según afirman sus dueños, que explican que han autorizado la separación de los cráneos de los cadáveres de sus parientes para tenerlos en casa como una muestra de amor.
La fusión de las tradiciones indígenas y el catolicismo fue evidente cuando gente de todas las clases se acercó con respeto a los cráneos, preguntaba su nombre, oraba, encendía velas y dejaba cerca de las mandíbulas hojas de coca, considerada sagrada por los pueblos andinos.