Martin Luther King Jr. pronuncia su famoso discurso. / Afp
historia

El sueño que transformó un país

Estados Unidos conmemora el 50 aniversario del famoso discurso de Martin Luther King

MADRID Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El 28 de agosto de 1963, Estados Unidos dio un paso clave hacia la materialización de la promesa de libertad e igualdad incardinada en su nacimiento como nación. Ese día, un pastor baptista rompió las cadenas que atenazaban los corazones de quienes vivían instalados en la desesperanza y sacudió las conciencias de aquellos que miraban hacia otra parte mientras sus hermanos sufrían la discriminación por mor del color de su piel. Lo hizo con la única arma de la retórica, demostrando que la palabra, cuando se utiliza para revelar la verdad, es un instrumento mucho más poderoso que los perros y las mangueras. De estas había hecho uso apenas unos meses antes el comisionado de seguridad pública de Birmingham, Eugene 'Bull' Connor, para reprimir una marcha antisegregacionista en esa localidad. Semanas después, el gobernador de Alabama, George Wallace, desobedecía las leyes en pro de la integración racial en la universidad estatal, obligando al presidente Kennedy a enviar tropas federales para permitir la inscripción en el centro de dos estudiantes negros. Al día siguiente, Medgar Evers, un joven de color, era asesinado en Mississippi.

Este era el contexto de intolerancia contra el que levantó su voz Martin Luther King bajo la atenta mirada de más de 200.000 manifestantes y con el Monumento a Lincoln, el hombre que había acabado con la esclavitud, que no con la discriminación, a sus espaldas.

Era el punto álgido de la Marcha sobre Washington, un gigantesco esfuerzo de las organizaciones defensoras de los derechos civiles para que el país escuchase de una vez las demandas de aquellos a quienes usualmente se les negaba el uso de la palabra y a los que en tantas ocasiones se les habían hecho promesas que jamás se hacían realidad. Esta vez debía ser distinto. La Administración Kennedy cocinaba una Ley de Derechos Civiles en respuesta a los terribles sucesos de los últimos meses que se topaba con la oposición en el Congreso tanto de los republicanos como de buena parte de los demócratas del sur. Era imprescindible galvanizar a la sociedad para que presionase a sus representantes. El Gobierno les pedía calma e incluso había intentado evitar la marcha, temeroso de que las cosas se descontrolasen. Mas el doctor King y sus colaboradores no podían esperar más. Como proclamaría el reverendo en su discurso, había llegado "el momento de salir del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el camino soleado de la justicia racial", de sacar al país "de las arenas movedizas de la injusticia racial" y llevarlo "hacia la roca sólida de la hermandad".

Dos hombres conectados

Con su voz poderosa, ejercitada a lo largo de una vida de lucha contra la incomprensión de sus congéneres, este adalid de la no violencia que un año después sería distinguido con el Premio Nobel de la Paz, comenzó a desgranar la larga lista de injusticias sufridas por sus hermanos en los cien años que habían transcurrido desde la proclamación de la emancipación. De aquella acción que había llegado "como un precioso amanecer al final de una larga noche de cautiverio" poco quedaba, pues, subrayó, la vida del negro era aún "tristemente lacerada por las esposas de la segregación y las cadenas de la discriminación". "No habrá ni descanso ni tranquilidad en Estados Unidos”, dijo, “hasta que a los negros se les garanticen sus derechos de ciudadanía". "Los remolinos de la rebelión continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que surja el esplendoroso día de la justicia", añadió.

"Nunca podremos quedar satisfechos mientras nuestros cuerpos, fatigados de tanto viajar, no puedan alojarse en los moteles de las carreteras y en los hoteles de las ciudades. No podremos quedar satisfechos mientras los negros sólo podamos trasladarnos de un gueto pequeño a un gueto más grande. Nunca podremos quedar satisfechos mientras un negro de Mississippi no pueda votar y un negro de Nueva York considere que no hay por qué votar", prosiguió King. Fue entonces cuando soltó la frase que hoy todo el mundo recuerda: "Yo tengo un sueño".

Han transcurrido 50 años y sus palabras siguen resonando por todo el país. La discriminación no ha sido borrada por completo. El Ku Klux Klan sigue existiendo. Sus miembros, ataviados con sus túnicas blancas, continúan reuniéndose y, de cuando en cuando, un adolescente negro es menospreciado por su tez oscura. Pero en la Casa Blanca habita el primer presidente afroamericano de la historia de Estados Unidos.

Barack Obama, quien apenas contaba con dos años cuando Martin Luther King pronunció su famoso discurso y que tiene en él a uno de sus principales referentes, se subirá el miércoles a las escalinatas del Monumento a Washington para honrar a su héroe y la lucha por la que dio su vida. Medio siglo después, oteará el obelisco blanco erigido en memoria del primer mandatario que tuvo el país y glorificará al hombre sin cuya existencia probablemente jamás podría haber llegado a donde se encuentra. El sueño del doctor King es ya, en buena medida, una realidad.