MUNDIALES DE ATLETISMO

La (primera) gran despedida de Isinbáyeva

La zarina de la pértiga se retira como una leyenda con un título de campeona del mundo y ahora piensa en ser madre y en si reaparecerá en los Juegos

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Usain Bolt tendrá que correr mucho en los 200 metros si quiere robarle el gran momento de los Campeonatos del Mundo a Yelena Isinbáyeva, una atleta inolvidable que, en su despedida, a los 31 años, cuando parecía en franca decadencia, fue capaz de rescatar el enorme talento que ha regalado durante años para escribir el guión perfecto de su retirada. Porque no fue únicamente que la atleta rusa se jubile con el título. Fue mucho mejor.

Isinbáyeva fue la última en empezar a saltar. Como siempre. No desenfundó su pértiga hasta los 4,65 metros. Y en su primer salto cometió un nulo que la dejaba en desventaja ante sus rivales. La veterana estadounidense Jennifer Suhr, la campeona olímpica y la mujer que le arrebató en invierno el récord en pista cubierta con un salto de 5,02 en la altitud de Alburquerque, y la pequeña y explosiva cubana Yaisley Silva, plata en Londres.

Pero no era un día para rendirse. Isinbáyeva había desempolvado la equipación de las grandes noches. Era su día. Su despedida en la capital de su país. No podía fallar. Y se rehizo. Superó el 4,65 y luego el 4,75 a la primera. Las demás aguantaron el desafío. La rusa también franqueó, al segundo intento, 4,82. Como Suhr. O como Silva a la tercera.

Y entonces llegó el golpe de efecto. Isinbáyeva, sus manos pringosas por el pegamento, su boca recitando los susurros añejos, la rutina de siempre, con el público, al fin abundante, gritando «¡Yelena! ¡Yelena!», corrió por el saltadero, incrustó la pértiga en el cajetín y voló por encima de 4,89 a la primera. Ya no hubo respuesta. Ni de Suhr, la oponente que antes de los Juegos de Pekín animó a sus compañeros a «patear algún trasero ruso» (en la siguiente victoria Isinbáyeva le recordó que debía respetarla y cuál era la jerarquía de la pértiga), ni de Silva.

Isinbáyeva alzó los brazos y de un salto salió corriendo hacia la grada, a lanzarse a los brazos de Yevgeny Trofimov, el entrenador que la encumbró y al que traicionó con Vitali Petrov, el técnico que creó a Sergei Bubka, el mejor pertiguista de la historia, el atleta de los 35 récords del mundo que no alcanzó la zarina, quien se marchó con 28 después de fallar, ya con el estadio Luzhniki entregado, los tres intentos sobre 5,07.

Pero la joven saltadora de la fría Volgogrado, donde nació en 1982, donde adquirió la agilidad y el dominio de su cuerpo practicando la gimnasia, supo reconocer su error y volver a sus orígenes. Isinbáyeva, en vista de que no saltaba como antes, dejó a Petrov y el glamour de Montecarlo y Formia, para volver con Trofimov, a quien tuvo que convencer buscando dos fechas señaladas: una, el 6 de marzo, Domingo del Perdón para los ortodoxos, la otra, 48 horas después, el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, cuando se sentó con su familia en la mesa de Trofimov, que ya no pudo negarse.

Aún llegaba a tiempo de saltar 5,01 en pista cubierta y batir su último récord del mundo, el número 28 (15 al aire libre y 13 bajo ‘indoor’) y de ganar en Estambul, en 2011, su cuarto Mundial bajo techo. En Londres, bronce, no pudo alcanzar su tercer título. Pero en Moscú sí coronó una trayectoria fantástica con su tercera medalla de oro.

Así se marcha una estrella. Porque Yelena Isinbáyeva no es solo la mejor pertiguista de la historia, ni una de las grandes atletas de siempre, la saltadora rusa es una de las deportistas más conocidas del mundo. Como pudieron serlo las tenistas Martina Navratilova o Chris Evert. O como Nadia Comăneci. Leyendas. Ahora es tiempo de encaminar su nueva vida. «Ahora quiero tener un bebé», recordó. Aunque ya había advertido también de que, siendo géminis como es, podía cambiar de opinión. Y así es. Isinbáyeva asegura que después de ser madre, si se encuentra bien, podría reaparecer para los Juegos Olímpicos de Río. Aunque Moscú era el broche perfecto: un oro ante su país en una temporada inmaculada, sin derrotas.

Todos los medallistas de este Mundial se llevan a Isinbáyeva a casa. Las preseas tienen estampada su figura, la de la saltadora suspendida en el aire mientras arquea la pértiga. Eso pudo ver el estadounidense LeShawn Merritt después de ganar la final de 400 con la mejor marca mundial del año (43.74). O la keniana Milcah Chemos Cheywa, también la mejor de la temporada en los 3.000 obstáculos (9:11.65). Aunque quien montó un espectáculo a la altura de Isinbáyeva fue Robert ‘Hulk’ Harting, el lanzador alemán que barrió en la final de disco (69,11) y volvió a destrozar su camiseta como manda la tradición, pues ya lleva tres títulos Mundiales, el primero desde el mítico Lars Riedel.

O los 800 que se llevó con brillantez el etíope Mohammed Aman con un tiempo que, comparado con la final olímpica, sabe a poco (1:43.31). El campeón Rudisha no estuvo, como tampoco las dominadoras del heptatlón, que dejaron la competición muy abierta y emocionante. No se decantó hasta el 800, la carrera de la que salió campeona la ucraniana Ganna Melnichenko (6.586 puntos).