El precedente de la guerra de Argelia planea sobre Egipto
La decisión de anular las elecciones ante la previsible victoria islamista provocó en 1991 una guerra civil con 200.000 muertos
MADRID Actualizado: GuardarEl golpe de Estado del pasado tres de julio ha colocado a Egipto ante una encrucijada histórica de la que no se percibe en estos momentos una salida rápida ni clara. Pese a que los militares insistan en rechazar el término ‘golpe’ para su intervención y lo justifiquen como lógica respuesta a la incuestionable movilización popular desatada contra el gobierno islamista, su acción de abrupto quebranto de la legalidad vigente suscita pocas dudas.
También es cierto que, aunque legitimados por las urnas tras vencer en las legislativas y presidenciales, las prácticas dictatoriales del Partido Libertad y Justicia, el brazo político de los Hermanos Musulmanes, han ido generado un rechazo social que culminó en las multitudinarias protestas de de la ‘tamarod’ (rebelión) del pasado 30 de junio. Desde su llegada al poder, los islamistas no ha tenido ningún disimulo en su esfuerzo por copar todos las estructuras e instituciones del Estado y acomodarlas a sus criterios religiosos. La Constitución ha sido el ejemplo más evidente de su fracaso en sacar adelante un modelo de convivencia mayoritario y duradero. El texto lo redactó una Asamblea constituyente dominada por los islamistas y sometido a referéndum solo obtuvo el 20% de los votos. El gran problema de la nueva Constitución es que la defensa y garantía de muchos derechos quedan supeditadas a una interpretación de la ‘sharía’ (ley islámica). En todas estas iniciativas, muchos sectores de la población y también el Ejército vieron el intento apenas disimulado de transformar el país en una República Islámica que haría tabla rasa con la gran diversidad de la sociedad egipcia. Una diversidad que se hizo palpable en la rebelión popular que provocó el derrocamiento de Mubarak.
Rechazo en las urnas
Puede que la mejor manera de responder a los islamistas hubiera sido en las próximas elecciones legislativas previstas para el 28 de noviembre. No romper la legalidad y esperar apenas tres meses para constatar una respuesta de las urnas, que difícilmente podía ser propicia para el Gobierno, podría haber sido una mejor opción para los militares y para Egipto.
El problema ahora es que una vez desalojados los islamistas del poder, el frágil equilibrio político montado por los militares y el proceso de transición diseñado para dotar al país de nueva Constitución y nuevas elecciones comienza a afrontar serios obstáculos. Una de las claves será como incorporar al partido de los Hermanos Musulmanes al nuevo juego político. De momento, el Ejército les está dejando poco margen. La caza y detención de los dirigentes de la hermandad, empezando por el presidente Mohamed Mursi, ha sido implacable y la reciente masacre de islamistas frente a un cuartel con más de 50 muertos no ayuda a acercar posiciones.
Llamamientos al martirio
De momento, los Hermanos Musulmanes han rechazado optar por el escenario argelino de los años noventa, cuando el Ejército confiscó la victoria electoral a los islamistas provocando una guerra civil que costó cerca de 200.000 muertos. Sin embargo, ya hay algunos dirigentes que han hecho llamamientos al martirio para exigir la restitución del poder.
Pese a su deriva dictatorial, los Hermanos Musulmanes son una parte importante de la sociedad egipcia y tendrán que ser integrados en el futuro sistema político sino se quiere que su única opción sea echarse al monte de la violencia. Con una economía al borde del colapso, el tiempo apremia para alcanzar un consenso político que rebaje la tensión social y vuelva a poner en marcha al país.