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La letra es el único consuelo
'La librería encantada', de Christopher Morley, retrata la vida de un hombre intransigente con la inmundicia en forma de tomos impresos
MADRID Actualizado: GuardarAhora que el noble oficio de librero suscita a partes iguales nostalgia y desazón, sentimientos este ultimo que aflora por la hegemonía de la cultura digital y la extinción de unos hábitos arraigados, es una buena oporunidad de entregarse a la lectura de una novela que tiene como escenario esos templos de la letras impresa, esos locales que tienen algo de buhonería y templo. Hablamos de las librerías de segunda mano. ‘La librería encantada’ (Periférica), del escritor y periodista Christopher Morley (1890-1957), continúa con la andanzas de Helen y Roger Mifflin, un matrimonio que regenta una librería de de Brooklyn poco después de la I Guerra Mundial. Este libro es la continuación de ‘La librería ambulante’, publicada en 1917 y cuyo éxito animó al prosista a alumbrar una segunda parte.
Esta novela es toda una declaración de amor por los libros, por los buenos libros, que viene de un escritor ingenioso y lúcido, un fino humorista que bebe tanto de las historias de los escritores de estirpe popular, como Conan Doyle, cuanto de clásicos indiscutibles, como Shakespeare.
Roger es uno de libreros que se echan en falta, un comerciante de moral insobornable que se toma su profesión tan en serio que se niega a vender inmundicia. Los libros que él despacha, o mejor receta, tienen garantía de calidad. Igual que un médico jamás prescribiría remedios de curandero, Mifflin nunca prostituye su oficio recomendando baratijas que quieren pasar por alta literatura.”Sólo compro libros que considero que tienen una razón suficiente para existir. Mientras el juicio humano sea capaz de discernir, intentaré mantener mis estanterías libres de basura”, proclama este hombre de honor.
Si en la novela ‘La librería ambulante’ Roger recorría los caminos con su carromato ‘El Parnaso’, ahora, ya asentado y con residencia fija en Brooklyn, dirige con espíritu aplaciente y buenas dosis de erudición ‘El Parnaso en casa’, que además de librería acoge las deliberaciones de El Club de la Mazorca. Uno de los miembros de esta selecta camarilla es el señor Chapman, un rico hombre de negocios por cuya sangre corre el veneno de la bibliofilia. Los contertulios del Club de la Mazorca participan en debates plenamente vigentes, como el del si el oficio de librero es un servicio público o se rige por las leyes del libre mercado.
Preocupado por la buena educación de su hija, el potentado plantea a la cómica pareja que contrate a su hija Titania como aprendiz de librera. Cuando todos temían que la descendiente de Chapman fuera una almibarada señorita, una tiquismiquis, he aquí que la querida hija del empresario está dispuesta a mancharse las manos con los libros que crían polvo y, lo que es más importante, aplicarse en las lecturas bajo la docta tutela de Roger Mifflin. Su buena disposición es tan grande como su encanto, de suerte que el publicista Aubrey Gilbert, empleado de la Agencia Materia Gris, cae seducido por la belleza y el talento de Titania.
Y lo que prometía ser una historia de amor gira hacia la trama detectivesca, en la que el sabueso es un torpe y cándido Aubrey Gilbert. El enredo descansa en la desaparición de un libro, el Cronmwell de Carlyle. La novela se desarrolla en pleno periodo de entreguerras. Las reflexiones sobre la guerra y el castigo que se ha de imponer a Alemania forman parte del fondo de esta novela, que viene a decir que los libros son uno de las pocas cosas de esta vida que procuran “consuelo permanente”.
Christopher Morley es una rara avis de las letras estadounidenses. A su faceta de escritor de culto una la de ser un autor de éxito. Con un sentido del humor muy británico, tenía por grandes maestros a dos compatriotas: Walt Whitman y Mark Twain. A su vez, gozó de la estima y el aprecio de autores de talla como Kingsley Amis o Tom Wolfe.
Los editores de Periférica son especialmente proclives a alumbrar títulos en los que el libro es un personaje más. En ‘Una biblioteca de verano’, de Mary Ann Clark Bremer, los escritores Marcel Proust, Daniel Defoe o Paul Valéry son tan relevantes como las peripecias de la trama.
Ya dijo alguien que un libro puede contener un número infinito de libros. Los libros que hablan de libros son tan antiguos como la lectura. Cervantes concibió ‘El Quijote’ como una invectiva contra las novelas de caballerías. Ray Bradbury, cuando gestó ‘Fahrenheit 451′, se proponía recrear una pesadilla: un mundo en el que la lectura estuviera prohibida. Como fruto de esta censura devastadora nacen los hombres-libro, personas que consagran su vida a aprender de memoria una obra para salvarla del olvido.