El Príncipe de Asturias premia la «superación encomiable» de Olazábal
El jurado reconoce al golfista del 'putt' genial los éxitos internacionales de una larga carrera y «unas cualidades humanas admiradas por todos»
Actualizado: GuardarA José María Olazábal su mayor pasión le causa un dolor crónico. El golf, el deporte en el que los jugadores caminan y luego fuerzan sus vértebras lumbares, le destrozó la espalda. Con solo 29 años, el guipuzcuano debía arrastrarse por el suelo para alcanzar el baño que se encontraba a tres metros de la cama. Chema, que había deslumbrado solo cinco años antes con su 'putt' en el Master de Augusta, sufría la ira de su cuerpo a una edad temprana. Como un moderno Prometeo, el tormento martilleó sus ánimos como el águila enviada por Zeus y el deportista se recluyó amenazado por la retirada. «Pensé que no podría jugar nunca más al golf», confesó después.
El diagnóstico incierto prolongó el calvario. Olazábal cojeó durante dos años entre consultas médicas y recibió juicios divergentes. La primera cavilación le señaló una artritis reumatoide hereditaria en dos de los dedos de un pie operado para recortar un hueso. Los tratamientos no funcionaron hasta que se topó con el especialista Hans Müller-Wohlfahrt. «Fue casualidad. Fui a Múnich a comprarme unos zapatos especiales y allí me encontré con un amigo que me recomendó al doctor. La verdad es que no quería ver a ningún médico más, pero fue un gran golpe de suerte que me salvó la vida y me dio nuevas esperanzas», contó después de que el germano le diagnosticara una hernia discal.
Rehabilitación física, algún medicamento y una dieta centrada en zinc, hierro y aminoácidos resucitaron al de Fuenterrabía. Regresó con una actuación increíble en el Master de Augusta de 1999. Jornadas de genio con 66 golpes en el complicado campo norteamericano cosieron su segunda chaqueta verde y el reconocimiento de sus compañeros. «Hubiera sido una pena perder a un jugador de la imaginación y con el toque de bola de José. Fui el primero en alegrarme de su vuelta y he sido el primero en felicitarle», dijo Greg Norman.
Los días prisionero en su hogar y las pesimistas teorías 'extra muros' se disiparon. ««Todos aquellos rumores eran infundados. Lo de cáncer puede que fuera debido a que las pastillas que tomé para la artrosis son las mismas que toman los pacientes de cáncer. Y si no salía de casa era porque era incapaz de andar», respondió en su regreso. Después del martirio, Olazábal recuperó su amor por los hierros. «Detrás de mis éxitos hay puestas miles de horas de trabajo. Si miro alrededor, a lo que ha hecho la juventud de mi generación, supongo que me he perdido lo que se supone es la diversión propia de los años más jóvenes. Pero como mi pasión es el golf, nunca he echado en falta este tipo de cosas», proclamó. Nadie dudó de su competitividad. De hecho, solo dos meses después de su segunda chaqueta verde se rompió la mano al golpear la pared de un hotel cuando descargó su ira por el mal inicio en el Abierto de Estados Unidos.
No obstante, al vasco que domó los 18 hoyos de Georgia le faltaba otra hazaña en su biografía. Después de seis participaciones en la Ryder Cup en las que se lució como pareja del legendario Severiano Ballesteros, recibió la invitación para ser el capitán del Viejo Continente. Olazábal , que creció a la sombra del cántabro, dispuso de una oportunidad para destacar tras el fallecimiento de su amigo. Ante millones de espectadores el de Fuenterrabía dirigió una remontada inimaginada de cuatro puntos en la última jornada. En medio de una jornada histórica desvió los focos y lideró el homenaje de los golfistas a Ballesteros en uno de los gestos que le han valido para recibir el reconocimiento del Premio Príncipe de Asturias. Según el jurado, el galardón es para Olazábal porque «ha demostrado a lo largo de su larga y brillante carrera una capacidad de superación encomiable, un talante competitivo y unas cualidades humanas admiradas por todos».