Giuseppe Polverino, jefe de la Camorra en la localidad de Marano, es detenido en Jeréz de la Frontera por los carabineros y la Guardia Civil
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De Nápoles a España

La Guardia Civil ya ha detectado a los primeros camorristas ‘fugados’ y espera a más. Aquí descansan, blanquean dinero... y tienen amantes

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A Giuseppe Polverino todo el mundo le llama ‘Peppe’. O mejor ‘o barone’. O, directamente, el ‘boss’. El puto amo. Un dios para los suyos. Su mano derecha es Rafaelle Vallefuoco, un hombrecillo de espaldas estrechas pero gatillo rápido. Vallefuoco manejaba con mano de hierro la ‘paranza’ (sección) de tráfico de hachís entre España e Italia del ‘clan Polverino’, el cortijo del delito con el que ‘o barone’ se fraguó un patrimonio que superaría los 1.000 millones de euros. A Vallefuoco jamás le hubiera temblado el pulso para matar a cualquiera. Pero el sicario preferido de ‘Peppe’ es incapaz siquiera de encenderse un pitillo si su jefe no se lo permite...

Durante cinco años, España fue el paradisiaco exilio de Polverino. Aquí se movía entre Barcelona, Valencia, Málaga, Tenerife y Sevilla, los lugares de residencia predilectos para los camorristas. Vivía a cuerpo de rey, aunque siempre de muros de su casa para dentro. En la calle era un discreto italiano sin ropas caras ni llamativos deportivos. Eso sí, tenía tres residencias. Una para su familia, otra para los negocios con ciudadanos españoles y otra para reunirse con sus compañeros. Y casi con una amante en cada puerto. A sus 56 años, Polverino distaba mucho de haber perdido las ganas de ‘marcha’. No hay más que ver a Kelly, una joven brasileña de 36 años y cuerpo escultural, con la que gustaba retratarse sentada en su regazo. Eso sí, nunca las llevaba a Nápoles. La familia es sagrada para la Camorra. Mezclarla con el placer es pecado mortal.

Y el ‘boss’ jamás hubiera disparado tampoco un tiro en España. La consigna de la Camorra es no hacerlo. Un derramamiento de sangre en suelo español acabaría con el refugio preferido de los mafiosos napolitanos. Y ello a pesar de que el ‘clan Polverino’ está considerado el más sanguinario por los ‘Carabinieri’, el único que tiene contactos con la Cosa Nostra siciliana. Pero eso no quiere decir que Polverino fuera un santo en España. Aquí manejaba el tráfico de drogas, tenía hilo directo con sus sicarios en Italia para dar luz verde a extorsiones, y blanqueaba dinero a todo tren. Invertía en propiedades inmobiliarias y centros comerciales, pero también en negocios de barrio: carnicerías, panaderías, tiendas de comestibles...

El chollo de Polverino y Vallefuoco se acabó el pasado mes de marzo. Agentes de la Guardia Civil les echaron el guante a los dos en pleno centro de Jerez de la Frontera. La mano derecha de ‘o barone’ pudo escapar. Pero prefirió dejarse arrestar junto a su amo. Podría haberle caído encima hasta la sospecha de ser un delator. Y esas deudas, en la Camorra siempre se pagan...

El perfil de vida de ‘Peppe’ coincide con el de la mayoría de mafiosos que se han ocultado aquí en los últimos años. Que España sea un refugio para ellos no es una novedad. Pero sí que su llegada se ha intensificado por primera vez desde 2004, cuando una guerra entre clanes rivales dejó un centenar de muertos en las calles de Nápoles y cientos de mafiosos huidos por toda Europa. «Ahora vuelve a haber mucho ruido con eso», confirma un policía que lucha contra el Crimen Organizado.

Tres tiros en la nuca

La Guardia Civil ya ha detectado a los primeros ‘fugados’ en nuestro territorio, y se espera que la cosa vaya a más. La razón, la segunda guerra de la Camorra en los barrios de combate de Scampia y Secondigliano, en el norte de Nápoles, que ya se ha cobrado 19 víctimas. Arrancó en abril de 2011 por una cuestión de faldas, una especie de Romeo y Julieta entre macarras criminales. Dos chicas, Francesca y Fortuna, de la órbita del peligroso clan de Vanella Grassi, frecuentaban a dos chavales del grupo rival de los Di Lauro, algo prohibido en las reglas callejeras.

Y hubo ‘vendetta’. El jefe de las muchachas, Antonio Mennetta, las llamó al orden y a sus novios les dio una paliza. Ellos querían vengarse, pero sabían que su capo, Marco Di Lauro, no les daría permiso por temor a una contienda. Así que se lo pidieron a su hermano pequeño, Raffaele Di Lauro, menor de edad, a quien pudieron comerle el coco. Pero al fin y al cabo era un Di Lauro y su palabra bastaba. Organizaron una incursión en territorio enemigo que salió mal. Les tendieron una emboscada y uno de ellos fue rematado de un tiro en el ojo por el propio Menneta. Así arrancó la espiral de venganzas, que ya lleva 19 muertos.

La pelea real es por el control del territorio y del mercado de la droga. La inquietud se debe al recuerdo de la primera guerra, en 2004 y 2005, que dejó un centenar de cadáveres. Estalló por una escisión en el clan dominante de Paolo Di Lauro, de ahí el mote puesto a los disidentes, los ‘Scissionisti’, o también, y esto es significativo, ‘Gli Spagnoli’, los españoles. Les llamaban así porque su cabecilla, Raffaele Amato, se había refugiado en España cuando empezaron los problemas. La historia se repite ahora. La guerra empezó cuando Amato volvió y plantó cara a los Di Lauro. Terminó cuando le arrestaron, precisamente en Barcelona, en febrero de 2005.

El detonante de la alarma entre las Fuerzas de Seguridad en España se activó el pasado 7 de diciembre. Ese día fue ejecutado Luigio Felaco, nieto del capo di capi (jefe máximo) Angelo Nuvoletta, a las puertas de la pizzería Da Salvatore, en Calvizzano (Nápoles). Tres tiros en la nuca acabaron con una de las víctimas de esta segunda guerra. Su conexión con España no era baladí. Felaco logró escapar de una redada ordenada por el juez de la Audiencia Nacional Eloy Velasco en Tenerife contra el clan que dirigía. Le acusaba de blanquear millones de euros con operaciones inmobiliarias en la isla. Precisamente, la semana que viene, Velasco, miembros de la Fiscalía Anticorrupción y de la Policía y la Guardia Civil se desplazarán cuatro días a Nápoles para investigar sobre el terreno y recabar más datos de la operación iniciada en Canarias.

El asesinato de Felaco no ha sido el episodio más aterrador de esta última batalla. El más sonado, el pasado 6 de diciembre, el crimen de un sicario en la puerta de un colegio. La víctima salvó el tipo en ese momento al encasquillarse la pistola de su verdugo. Corrió desesperado en busca de una vía de escape y fue a parar a un colegio pensando que nunca le dispararían allí. Pero estaba cerrado y murió forcejeando con la manilla. La semana siguiente, un comando arrojó dos bombas a un aparcamiento e hirió a tres niños. Otro día, el cadáver de Raffaele Stanchi, contable de los Amato-Pagano, aliado de Mennetta, apareció carbonizado con la mano derecha cortada.

«Están pegando fuerte»

Pero quizá la historia más dramática es la de Anna Altamura, una señora cuya sobrina salía con uno de los chicos del clan Vanella Grassi. Por mil euros, que dijo necesitar para curar a una hija enferma, se lo entregó en bandeja a sus enemigos, organizando una cena. Le esperaron a la salida del edificio, pero se equivocaron y asesinaron a un inocente, el pobre Pasquale Romano, un joven de 30 años que acababa de acompañar a su novia, vecina del mismo inmueble.

Las fuerzas del orden ya han arrestado a tres de los cinco capos que protagonizan la guerra. Entre ellos Mennetta, detenido el 4 de enero. De 28 años, con 19 ya estaba en la cárcel por homicidio, pero salió después de seis años. Estos nuevos capos son muy jóvenes, llegados al poder por la muerte o captura de sus familiares. Mariano Abete, ya detenido, es hijo del ‘boss’ Arcangelo, uno de los ‘Españoles’ de la primera guerra, y tiene 21 años. Igual que Mariano Riccio, aún fugado. En noviembre fue detenido Rosario Guarino, de 29 años, y sigue libre Marco Di Lauro, el más veterano con 32. Es hijo del gran capo Paolo de la primera guerra, apodado Ciruzzo ‘El Millonario’.

Mientras la balas silban en Nápoles, España se ha convertido en un paraíso más codiciado que nunca por los mafiosos. Porque, al sur de Italia, como ellos dicen en su jerga, «se está pegando muy fuerte».