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La historia se escribe con vodka

Documentos desclasificados por el Reino Unido desvelan que Churchill y Stalin limaron sus asperezas en plena Guerra Mundial a base de tragos en el Kremlin

MADRID Actualizado: Guardar
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A lo largo del siglo XX, los dirigentes de países enfrentados han utilizado diferentes, y curiosos, modos de intentar romper el hielo. La diplomacia del fútbol, la diplomacia del ping-pong o la diplomacia del dólar han sido algunos ejemplos de ellos. Pero ahora, unos papeles desclasificados por el Archivo Nacional Británico muestran cómo dos colosos del siglo XX, el primer ministro británico Winston Churchill y el dictador ruso José Stalin, consiguieron limar sus asperezas gracias a otra diplomacia, reservada solo para los aficionados a la botella: la diplomacia del alcohol.

En 1942, cuando el rumbo de la Segunda Guerra Mundial ya giraba a favor de los aliados, Churchill y Stalin intentaban ponerse de acuerdo en cómo derrotar a Alemania, pero no lo conseguían. La conexión entre ambos era más bien fría y sus primeras entrevistas, unas duchas escocesas en las que se alternaban la buena educación y la desconfianza mutua. Pero a partir de un viaje del ‘premier’ británico a Moscú, todo cambió. Churchill, sabiendo que quemaba su último cartucho y que la relación podía torcerse definitivamente, le pidió a Stalin una reunión a solas. El encuentro, según revelan los documentos, comenzó a las 19 horas y los dos dirigentes permanecieron durante horas acompañados solo por “comida de todo tipo y un sinfín de botellas”.

La cita textual pertenece a Alexander Cadogan, entonces subsecretario de Relaciones Exteriores de Reino Unido. Cadogan fue llamado a la 1 de la mañana y en un estilo casi literario, cuenta en los papeles secretos lo que vio en aquella habitación del Kremlin. “Allí me encontré con Winston, Stalin y Vyacheslav Molotov –ministro de Exteriores ruso-, que se había unido a ellos, sentados, compartiendo una bandeja muy cargada de alimentos de todo tipo, coronada por un cochinillo, y un sinnúmero de botellas”.

“Lo que Stalin me hizo beber parecía bastante salvaje. Winston, quien en ese momento se estaba quejando de un leve dolor de cabeza, parecía sabiamente limitarse a beber un vino tinto europeo inocuo y efervescente”, continúa Cadogan; “Winston, ciertamente, estaba impresionado, y creo que ese era un sentimiento recíproco”.

Aunque Churchill haya pasado a la historia por su amor a los puros, las crónicas relatan también su estrecha relación con las bebidas espirituosas. Pero al parecer, nada comparable a la de Stalin, que además presumía de negociar mejor con los grandes bebedores. Aquella vez, la velada tuvo todos los ingredientes. Tantos que, a las 3 de la mañana, los invitados británicos tuvieron que irse corriendo para no perder el vuelo que les devolvería a Londres. “Nos hemos escapado, teniendo así el tiempo justo para llegar al hotel, hacer las maletas e irnos hacia el aeródromo sobre las 4.15 de la madrugada”. Setenta años después, quién sabe, quizá unas botellas de vodka ayuden a explicar el rumbo de la Historia.